Isla Mujeres. Donde nace el azul

Isla Mujeres es una pequeña isla estrecha y alargada que se ubica a 14 kilómetros de las costas de Cancún frente a la península de Yucatán. El nombre de la isla se debe, cómo no, al paso de los mayas por ella. La isla era un lugar de culto a la diosa Ixchel, diosa de la fertilidad, y a ella se llevaban numerosas estatuillas y pinturas de mujeres a modo de ofrenda, que años más tarde, con la llegada de los españoles a la isla, sirvieron de motivo para dar nombre a la isla como Isla Mujeres.

Después de 3 días de lluvias breves, contundentes e intermitentes, que por otro lado nos facilitaron nuestras visitas a las ruinas mayas reduciendo la humedad y los mosquitos, todo hay que decirlo, la climatología nos premió con un día espectacular con el sol por protagonista para visitar uno de los destinos estrella y que más ganas tenía de conocer en México.

Nos levantamos prontito, como siempre, a las 7.00 am, hicimos un desayuno express ya que se nos pegaron un poco las sábanas y a las 8.00 am en punto y como un reloj nos esperaría a la puerta del hotel Juan Carlos Hedding, uno de nuestros taxistas y persona con la que entre en contacto para conocer México.

El camino estuvo bien, Juan Carlos no calla ni debajo de agua, nos contó historias de todo tipo y las casi 2 horas que separaban nuestro hotel de Cancún se nos pasaron volando gracias a la cantidad de cosas interesantes que nos conto a bordo de su gigantesca Ford E150.

Una vez en Cancún nos dirigimos a Puerto Juárez, donde dejaríamos la furgoneta y nos reuniríamos con 2 ayudantes de Juan Carlos que nos acompañarían el resto del día por la isla.

Personalmente me llamó la atención uno de ellos. Tendría unos 60 años, aunque dado lo renegrío que estaba debido al sol, quizás tuviera menos, pero su aspecto era de esa edad. El tipo era el prototipo perfecto de marinero. Más que marinero, podría decirse que era ayudante de marinero pirata con camiseta NBA. Al parecer era medio mudo y medio sordo, no habló en todo el día, tan solo hacía gestos y pese a no hablar, nos cayó muy simpático y tenía en su haber un brebaje secreto para que no se empañaran las gafas de agua. Un tipo entrañable.

Una vez en marcha, cogimos nuestras mochilas, una nevera grande con agua y bebidas frías y salimos rumbo hacia la isla.

El trayecto fue de lo más original. A diferencia de otros tours que te llevan a la isla, nosotros fuimos en una barquita de pescadores, a ras del agua y de ola en ola adentrandonos poco a poco en un paraiso de azules y turquesas.

Como dije antes la isla es estrecha y alargada, de ancho tiene 2 kilómetros y de largo unos 8 km. Andando la puedes recorrer en un momento pero puestos a ser originales, Juan Carlos nos propuso recorrerla en carrito de Golf. En mi vida había cogido un carrito de estos y para ser la primera vez no podía haber sitio mejor.

Una vez en el puerto, nos dirigimos hasta la empresa de renting de carritos, pasando por simpáticas y encantadoras callecillas cargadas de personalidad con sus tiendas y negocios con sus típicos carteles que te indican hasta el DNI del vendedor. Es curioso ver que en México los carteles de las tiendas te expliquen todo. Aquí en España se limitan a un “Panadería” mientras que en México sería un “Vendemos pan calentito, bollos recién hechos, picos para ensaladilla y dulces de la abuela”. Habría pasado horas y horas leyendo esos cartelitos.

Del “centro” de la isla pasamos al “paseo marítimo”, algo descuidado y salpicado por hoteles en ruinas, completamente destrozados por el famoso huracán Wilma. Al parecer, las aseguradoras se quedaron en la ruina después del huracán y los empresarios de estos hoteles aún esperan las indemnizaciones para reconstruirlos.

Tras el paseito, llegamos a lo bueno: nuestro carrito. Al principio se me hizo raro ya que acostumbrado a conducir coches se te hace raro no tener que cambiar de marchas pisando el embrague, pero pronto le coges el puntillo y te das cuenta de que un carrito de estos lo conduce hasta un niño ya que ni si quiera tienes que estar pendiente de la velocidad puesto que tiene la velocidad limitada.

En cosa así de 25 minutos, llegamos al extremo sur de la isla de milagro y digo de milagro ya que a una velocidad considerable y con el carrito semiembalado, se me atravesó un lagarto en la carretera que logré esquivar con algo de pericia y mucha suerte no sin poner en peligro la estabilidad del carrito llegando al punto de que casi nos salimos de la carretera intentando salvar el gaznate del pobre lagarto. Habría sido gracioso y surrealista que mi madre hubiera recibido la noticia de que su hijo se ha partido la crisma en carrito de golf esquivando un lagarto en Isla Mujeres. En Isla Mujeres hay 12000 habitantes y jugaría que 20000 lagartos e iguanas. No me extraña que se los coman, al parecer tienen carne blanca y textura de pescado. No deja de ser curioso y por supuesto algo que no debe espantarnos ya que es algo cultural. Nosotros caracoles y ellos iguanas.

Una vez en la parte sur de la isla, dejamos un momento el carrito y cruzamos una serie de casitas de madera pintadas con muchos colores hasta llegar a un lugar que bautizamos como “mirador de los azules”.

En aquel lugar podría decirse que se invento el color azul.

Fijaos que curiosos los puestos de vigilancia. La pregunta es: ¿cómo narices se sube ahí?


Tal como dijo Juan Carlos, parecía un cuadro de azules. Decenas de degradados de azules se extendían por el horizonte salpicados por zonas de arrecife.

Una maravilla de la naturaleza y un lugar mágico que no me extraña que fuera escogido por los mayas para ubicar su templo a la diosa Ixchel.

A la espalda del mirador, el paisaje cambiaría por completo. De aguas caribeñas en calma, pasamos a costa salvaje repleta de pequeñas y grandes iguanas que después de los días nublados que habíamos pasado ya tenían ganas de calentar su fría sangre un ratito al sol.

Anteriormente comenté que la isla tenía 2 kilómetros de ancho pero desde la foto anterior en la que yo salgo a esta que coloco a continuación, tan solo había unos 200 metros. Es la zona sur de la isla y una de las más estrechas. Sorprende muchísimo el cambio de un paisaje a otro en tan poco sitio. Alucinante.

El recorrido de vuelta lo hizo Diana por el otro costado de la isla, pasando por casas con formas de caracola y volviendo a atravesar el centro de la ciudad.

De nuevo en el barco, soltamos amarras y nos dirigimos a las playas del norte de la isla, una zona de aguas de metro y medio de profundidad llenas de peces tropicales, temperatura ideal y paisajes de folleto del corte inglés que luego te prometen que encontrarás detrás del buffet del hotel.

Paraiso en Isla Mujeres (México)

Con el motor flojito, los ocupantes de la barca callados y con el único sonido de la barca abriendose paso poquito a poco por esas aguas, boquiabiertos, el agua tornó a turquesa y como si en una superpiscina de kilometros nos encontraramos, empezamos a disfrutar como enanos de un verdadero paraiso.

Momentos como este dan nombre a este blog. Lugares increibles que hay que visitar alguna vez en la vida.

Podías caminar y caminar por el agua que no te iba a cubrir.

La temperatura era perfecta, sin problemas podías quedarte la mañana entera en el agua.

En la barca, Juan Carlos nos advirtió que tuviéramos cuidado con los peces raya ya que este tipo de zonas les gusta para camuflarse en la arena, no les ves y puedes pisarles con la consecuente picadura que pueden romperte el día. Hay que tener cuidado con esto, tampoco es para alarmarse, pero hay que estar al tanto por donde pisas, las ves fácil, de hecho yo vi una nadando a mi alrededor. Aún así, por suerte o por desgracia, según se mire, yo no tuve ningún tipo de precaución al respecto ya que debido al momentazo del lugar mis neuronas sufrieron una desconexión que ignoraron la advertencia de Juan Carlos.

Sin pensarlo más, nos dirigimos a una zona de arrecifes y con un poquito de galletas, como si de palomas se tratase, empezamos a dar de comer a cientos de peces que acudieron a la comida. Una pasada.

En un momento nos vimos rodeados. Era increíble como con la cantidad de peces que había ninguno llegaba a rozarte estando dentro de ellos.

Sin parar y todavía mojados, nos dirigimos a una zona de arrecifes donde pudimos ver muchas especies de peces.

Barberos azules, peces loro (chulísimos sus colores, eran realmente los de un loro), Sargentos (los de rayas amarillas y negras), Sargos, estrellas de mar, caracolas, etc… y como no las barracudas, que en más de una ocasión las vimos dar vueltas a nuestro alrededor con sus enormes dientes. La fauna marina es impresionante.

Después de casi 2 horas y pico de snorkel llegó la hora de comer y cuando quisimos volver al barco vimos que este se alejaba y se alejaba. Al principio pensamos que no nos habían visto pero nos resultó raro y algo estaba pasando. No hacíamos más que nadar y nadar y no llegabamos a la barca, asi que, mientras se solucionaba el entuerto y venían a por nosotros, nos pusimos a jugar con estrellas de mar que habia en el fondo.

Finalmente, la barca se aproximó y Juan Carlos nos contó que el motor había sufrido un problema y que en la barca se había protagonizado una escena un tanto surrealista al más puro estilo “gordo y el flaco” ya que este intentaba arreglar el motor mientras la barca era llevada la corriente. Mientras tanto, el pirata medio sordo medio mudo, en vez de echar el ancla, ayudaba a Juan Carlos que le gritaba: “tira el ancla!! que nos alejamos!” y este no se enteraba. Un follón. La verdad es que no se como lo hicieron pero lograron arreglarla muy rápido y regresar a por nosotros. Aún así, una barca amiga vino en nuestra ayuda.

Desde la zona de arrecifes fuimos a Playa Lancheros, una playa en el centro de Isla Mujeres, con una serie de muelles donde entre otras cosas puedes hacerte una foto con el tiburón gato o visitar la tortugranja. Nosotros optamos por ver la tortugranja ya que en nuestra opinión, el tiburón gato era como coger un saco de patatas. El pobre parecía drogado y había que liar la marimorena para hacerte la foto con el bicho, que por otro lado, debía pesar lo suyo.

Afortunadamente, ir a la tortugranja fue todo un acierto. No solo vimos las tortugas sino que dimos con el Chanquete mexicano. Un señor cubano de unos 65 años, que se acercó a nosotros y empezó a sacar todas las tortugas, erizos y bichos que había en la tortugranja para que los vieramos y tocaramos.

Fue una suerte dar con este señor tan simpático. Desde luego sin él la tortugranja no habría sido lo mismo.

Mientras tanto, Juan Carlos y sus ayudantes, preparaban el pescado T’kin Chik en un bar muy curioso que disponía de una zona de barbacoas, de libre acceso, donde el que lo quisiera podía llevar su comida, cocinársela y comerla allí mismo, en las propias mesas del bar, junto a la playa. Las bebidas, eso si, las pedías en la barra.

El pescado estaba exquisito, pez sierra nada más y nada menos.

Parecía carne en vez de pescado y la mezcla de especias y aderezos que llevaba el pescado eran el complemento perfecto junto con las tortitas, arroz y pasta.

Ya comidos y servidos, antes de montar en el barco de regreso a Cancún, le compre a Miguel Ángel una caracola enorme por la que al soplar sacas un sonido muy parecido al de la bocina de un camión y que más tarde, en el aeropuerto, me supondría un problemilla al ocultarla en la maleta, ya que todo aquello natural que saques de México, ya sea arena, plantas, rocas, conchas, etc… se considera propiedad de la patria y debe quedarse en tierra.

Ya en el barco empecé a notar que mi espalda debía estar del color del pescado que había comido. Podría decirse que mi espalda también estaba T’kin chik. Es importante que si vais a hacer snorkel durante varias horas os pongáis camisetas de agua. En decathlon venden unas camisetas protección 40 que os asegurará que volváis como yo. Durante 2 semanas estuve como las serpientes en época de muda de la piel.

La excursión la finalizamos dando un paseo por el famoso mercado 28 de Febrero de Cancún. Estos mercadillos son placitas idénticas las unas a las otras, llenas de soportales y con decenas de tiendas con souvenirs, recuerdos, platería, máscaras, etc… Es un buen lugar para llevarte recuerdos y sobre todo para regatear. Aquellos a los que se os de bien el regateo, entre los que me incluyo, podeis llegar a sacar hasta un 60% de descuento. Eso si, armaros de paciencia.

En definitiva, un día intenso e inolvidable que nos regaló momentos y estampas imborrables para la retina que nunca olvidaremos.