ChinaTown, Museo Británico, juguetería Hamleys y Westminster

Después de un segundo y ajetreado día por las orillas del Támesis,  el museo natural y de nuestra cena en Hard Rock Café, invertimos el camino de vuelta en una experiencia que si o si todo turista que visite Londres debe hacer, “coger un taxi”.

El paseo fue movidito, porque en lugar de coger un taxi de los antiguos, pillamos uno moderno y mis 2 acompañantes, Diana y Julia, me liaron la marimorena porque decían que no era un taxi “auténtico”. Como si yo tuviera la culpa de que el taxi fuera moderno y no el “black cab” de toda la vida con puertas chirriosas y olor a tapicería húmeda. En lugar de eso, el taxi era el mismo pero con algunos extras más y olor a ambipur inglés.

A la mañana siguiente, nos dirigimos directamente al Museo Británico. Otra de las visitas ineludibles de Londres y en la que nos encontraríamos momias, el mismísimo friso del partenon griego, la piedra roseta y la segunda mejor colección de objetos egipcios del mundo después del Museo Egipcio del Cairo.

Las momias daban auténtico yuyu. Son uno de los platos fuertes del museo dado su excelente estado de conservación. Fijaos en los detalles y para aquellos más sensibles, “cerrad los ojos”.

¿Qué ocurriría si dentro de 2000 años encontrasen un folleto traducido en Japonés, Árabe e Inglés? Pues algo así nos sucedió a nosotros con la Piedra Rosetta, una de las estrellas del museo y por las que gracias a ella hoy día podemos descifrar los misterios del lejano Egipto, sus formas de vida y enterramientos.

Tal es la colección que los ingleses tienen en su haber que tan solo se exibe al público una parte de ella por problemas de espacio.

Estampas como esta, en la que vemos el friso completo del partenon griego, son la causa del eterno debate entre aquellos que afirman que lo que hacen museos como el Británico y el Louvre es un espolio contra aquellos que defienten a los museos alegando que estas obras están mejor conservadas en ellos.

Lo ideal sería un termino medio pero a día de hoy yo lo veo imposible.

Dada la inmensidad del museo, el día poco a poco se nos echó encima, a las 4 de la tarde en Navidad ya es de noche en Londres, de modo que aprovechando los últimos rayitos de luz nos dirigimos hacia Oxford Street, donde hicimos algunas compras y decidimos probar un nuevo medio de transporte londinense para nosotros, el bicitaxi, con la idea de llegar a una de las mejores jugueterías de Londres, Hamleys.

La juguetería Hamleys es el sueño de todo niño por Navidad. Está considerada como una de las más grandes del mundo, es todo un atractivo turístico de la ciudad y recibe la friolera de 5 millones de visitas al año que para que os hagáis una idea es el doble de lo que recibe el Museo del Prado de Madrid. Acojonante (y perdonen la expresión).

En el interior de la juguetería tienen montada una parafernaria alucinante. Varias plantas, muñecos gigantes, salones llenos de peluches…

Hasta una maquina con la que puedes fabricarte tu propio osito de peluche y otro curioso stand donde una chica nos animó a que fabricáramos nieve!

Personalmente me llamaron especialmente la atención las estanterías frikis y entiéndase por friki objetos como el aurin de La historia interminable, la varita de Harry Potter o el látigo de India Jones. Construcciones gigantes de lego, dinosaurios enormes construidos con fichitas, scalextric tamaño barriada… en fin, el sueño de todo niño una mañana de Reyes Magos.

Al salir, muy cerca de Hamleys, nos dirigimos hasta la mítica azotea del número 3 de Savile Row donde los beatles tocaron por primera vez y desde alli, también muy cerca, hasta un sitio que para muchos pasa desapercivido en Londres pero que merece la pena ver, ya no por su espectacularidad, que no lo es, sino por la historia que en ese sitio hay. Os hablo de la zapatería Lobbs. En esta zapatería no es que suela comprar los zapatos la reina de Inglaterra y mucho menos es que sea la repanocha en precios, pero, ¿qué tal si os digo que es la zapatería más antigua del mundo? Es curiosa la visita, todos los años entramos en muchas zapaterías pero poder decir que has visitado la primera, tiene premio.

De alli, con los dedos de las manos congelados, decidimos hacer lo propio y tomarnos un te posando como el más sibarita de los ingleses.

Con las manos calentitas y después del momento te, seguimos con la ruta hacia los famosos almacenes Harrods.

Nada más entrar la impresión que me dió fue que aquello era un Corte Inglés de caché, precios desorbitados, tropencientos mil metros cuadrados más, concretamente la superficie equivalente a 20 campos de fútbol repartidos en 5 plantas, artículos de todo tipo y una decoración supercuidada que lamentablemente no puedo enseñaros ya que no me dejaron hacer fotos en su interior.

Visitar Harrods es para gente de posibles, todo hay que decirlo, pero si por el contrario, y al igual que yo, estás justito de dinero, un recuerdito de la tienda de souvenirs con el iconito de Harrods es un buen recuerdo que yo me llevé en forma de taza y que cada mañana le da glamour a mi colacao.

La anecdota de aquella noche la presencié en la parte baja de los almacenes, donde se extienden salones y salones convertidos en pequeños restaurantes de todo el mundo. Fue en el nuestro, en el restaurante de española, dónde si no, donde vi a un señor bien vestido, de unos 50 años, cortando “finas” lonchas de jamón de pata negra de casi 3mm grosor con cuchillo y tenedor. Ay que pena… y que dolor de bolsillo porque por el precio de la tapita de jamón en el Harrods aquí te compras 2 paletillas que seguro saben mejor que esos filetillos de jamón ibérico.

La noche poco a poco parecía tocar techo y siguiendo la línea consumista de la noche y por si el te nos hubiera parecido poco, decidimos hacer un nuevo alto en el camino para tomar un crepe con chocolate antes de continuar hacia el Soho y de allí al barrio Chino.

El barrio chino de Londres, Chinatown, es una pasada.

La historia de este barrio es necesaria de contar dada la extrañeza de encontrarnos, en medio de Londres, una de las capitales europeas, un pequeño barrio de restaurantes, panaderías, tiendas de alimentación e incluso prensa china que puedes coger directamente de las propias calles. Se cuenta, que los orígenes de este barrio se remontan a los negocios chinos que fueron poco a poco estableciendose en esta zona de la ciudad para el consumo de los marineros chinos de Londres.

Poco después, el barrio comenzó a hacerse popular por ser una zona de yonkis, concretamente fumadores de opio, fama que cambió después del final la II guerra mundial cuando numerosos chinos de Hong Kong inmigraron a la ciudad abriendo poco a poco restaurantes que le dieron la popularidad que a día de hoy tiene el barrio.

Es curiosísimo caminar por las calles y oir chino. Por un momento pensé que no estaba en Londres. Alucinante.

La noche terminó ahi y poco a poco nos fuimos preparando para el final de nuestro viaje a Londres y para la última de las visitas: La abadía de westminster.

Después de hacer la maleta, de dormir lo justo y de nuestro último desayuno inglés, maletas, billetes de avión y paraguas en mano,  nos dirigimos hacia Westminster no sin antes liar la marimorena al salir del ascensor ya que con tanto trasto, bolsas y paraguas, nos quedamos encajados sin poder salir del ascensor ante la perpleja mirada de la recepcionista que al vernos yo creo que entendió porque en España hay tanta crisis. Pero en fin, un fallo logístico lo tiene cualquiera.

La visita a la abadía de Westminster es otra de esas paradas obligadas en todo viaje a Londres.

Yo aconsejaría visitarla, al menos, con audio guía o si lo prefieres, en webs como está en la que podrás ver qué visitar en Londres, gracias a Viator, donde más de una vez he reservado excursiones y en la que tienes el tour sin colas a varios lugares de Londres.

Pasito a pasito descubres las curiosidades de aquel lugar que ha sido testigo entre otras de las bodas de Lady Di y que a modo de mausoleo colectivo, contiene las tumbas de científicos, exploradores, políticos, militares, pintores, músicos y otros grandes de la historia mundial de los que me llamaron especialmente la atención: Isaac Newton, Charles Dickens, William Turner, Charles Darwin, William Shakespeare y Oscar Wilde.

La infinita oferta de Londres hizo que nuestra estancia quedara corta. Nos fuimos con las ganas de volver, pero estoy seguro de que pronto, muy pronto, volveremos.