Reflexiones animales

Hace ya casi 8 meses, en Enero, trajimos a casa a 2 hermanitos de gato común. Zipi y Queka. Con apenas 1 mes de vida, sus patitas tembloronas y el pelillo de peluche, poquito a poco nos fueron conquistando, con sus abrazos por las noches buscando nuestro calor y esos temblorcitos que les entran cada vez que están dormidos y le hacemos una caricia, un beso o sencillamente, nos acercamos.

Les observo, les miro y día a día, me enseñan a ser mejor, te aportan su silencio, te enseñan el respeto existente entre ellos, sus normas no escritas, la lealtad que simplemente con miradas te transmiten.

Tan solo les hace falta eso, un gesto, un roce o pestañeo. Nada más.

A veces quisiera descifrar el silencio que nos separa y poder preguntarles cómo lo hacen, cómo es que somos hermanitos en la tierra y sin embargo, tan distintos.

Ser capaces de pensar, sin ruidos e influencias que nos confundan… ser capaces de movernos según el dictado de nuestra conciencia y no con la de al lado.

Ser capaces de hacer las cosas sencillas. De ver la vida como un camino sin complicaciones y obstáculos gratuitos que nos coloquemos día a día porque sí.

Ser capaces de querernos como ellos, de mirarnos y entendernos con sinceridad, sin mentiras, sin trampas, sin tapujos, sin palabras. De verdad.

Ser capaces de movernos sin tropiezos, sin pisarnos empujando, avanzando todos juntos sin primeros ni segundos, teniendo siempre claro que lo importante no es ganar.

Ser capaces, en definitiva, de vivir en armonía, sin fronteras, sin mentiras, ni complejos que nos priven de libertad.

Os dejo con la entrevista que mi amigo Joan Planas hizo a Santiago, responsable veterinario del parque de naturaleza de Cabarceno, sobre su relación entre él, el parque y los animales, con la que, francamente, me lograron emocionar llegando a esta reflexión que aquí os expongo.

Ojalá el mundo lo movieran ellos, los animales. Tal vez fuéramos mejores.