A lo largo de todo estos años pocas experiencias puedo compararlas a dormir en Batad. Aquella noche, en aquella pequeña aldeíta de 1800 habitantes perdida entre arrozales al norte de Filipinas, fue algo sin igual. Hoy en día es dificilísimo encontrar sitios tan “desconectados” del mundo como este. Raro es el sitio donde no veas smartphones en las manos de enanos de 4 años, parabólicas, camisetas de Madrid o Barcelona y ordas de turistas de un lado a otro. Sin embargo, aquí, en esta pequeña aldea de engorrosísimo acceso… nada parece haber cambiado en décadas.
El impresionante anfiteatro de arrozales que rodea a la aldea conserva a Batad como una joya auténtica, pura y aislada de toda civilización moderna que la ha llevado a ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El único aditivo externo en Batad éramos nosotros. Los turistas.
Visitantes locos, que atraídos por la desconexión de la que goza este lugar y la majestuosidad de sus terrazas verdes de arroz, aceptamos aguantar las casi 12 horas que separan Manila de Batad entre autobuses, jeepneys, tuktuks y un trekking de 30-40 minutos con tal de despertar frente a ventanitas como esta, con el único sonido de los pájaros, gallinas cacareando, risas de niños y campesinos trabajando sus campos de arroz.
Completamente aislados, sin cobertura, sin luz, ni agua corriente. Dos días de aventura, vertiginosos pateos haciendo equilibrios entre arrozales, cascadas cristalinas y una noche en un granero de paja en uno de los enclaves más maravillosos donde he dormido nunca. ¿Os venis de viaje con nosotros? Pues seguid, ¡seguid leyendo! 🙂
Cómo llegar a Batad desde Manila
Llegar a Batad era la parte más tediosa de la aventura. Para que lo entendáis bien, digamos que es…: “un trayecto coñazo”. ¡Pero parte de la aventura! 😀 Tras varios días de island hopping por las islas del sur, regresamos a Manila para poner rumbo a Batad desde la estación de autobuses de Ohayami, donde pillamos un autobús nocturno que durante 10 horas que nos llevaría hasta Banaue, primera parada en el camino.
El autobús fue la repera. Os aconsejo cambiar el agua al canario e incluso dar de comer a Roca como Dios manda antes de salir ya que el recorrido es un rally suicida pero en autobús. ¡Aprovechan tanto el espacio que ocupan hasta los pasillos con sillas que ponen en medio! 😀 Y los conductores… son auténticos kamikazes. Hubo momentos donde cerré los ojos, miré al cielo e implorando todas las plegarias que lograba recordar, supliqué que no nos partiéramos la crisma en esa lata de sardinas con ruedas.
Tras el divertido recorrido, por fin, llegamos a Banaue con el amanecer entrando por las ventanas del bus. Y una vez allí, hora de negociar, regatear y buscarse las papas. La primera de las cosas que tuvimos que hacer fue buscar un hostel donde nos gurdaran las maletas durante 2 días. Cosa fácil, todo el mundo lo hace y los hostels tienen hasta taquillas. Y segundo punto importante: negociar el trayecto de Banaue al Saddle Point, lugar donde deberéis empezar a caminar durante 40 minutos hasta la aldea de Batad. A la hora de negociar el trayecto recordad el pagar el día del regreso, nunca antes, y negociad con ellos la hora a la que os encontrarán. Recordad que en Batad no hay cobertura 😉
Una vez en el Saddle Point, comenzamos nuestra andadura. Mochila al hombro, comenzamos a caminar a través de caminos de tierra y piedra, entre vegetación y algún que otro arroyo. El camino para nada se nos hizo duro. Y poco a poco, comenzamos a ver los primeros signos de civilización con humildes casitas de madera entre las que poco a poco empezamos a ver las primeras y maravillosas terrazas de arroz.
A medida que avanzábamos nuestra cobertura poco a poco bajaba al 0%, dejábamos de ver TV y radios encendidas y todo signo de civiliación moderna poco a poco retrocedía 70 años atrás… ¡señores!, acabábamos de llegar al precioso valle de Batad 🙂
¡Nuestra cabaña con vistas al valle de Batad!
Tan pronto como vimos el cartel de “Welcome to Batad”, los caminos rápidamente tornaron a estrechas y empinadas escaleritas. El sonido del cacareo de las gallinas era una constante, risas de niños por todas partes, trabajadores cargando sacos de arroz, el ladrido de algún perro de fondo y en mitad de todo eso, nosotros, mapa en mano, buscando el que sería nuestro alojamiento a los pies de una ladera frente al circo de arrozales de Batad.
Tras varias preguntas a los vecinos y apoyados siempre en la app de Maps.me, llegamos a lo que parecía nuestro alojamiento. Y digo “que parecía” porque en cuanto llegamos lo primero que vimos fue a una señora con varios cubos llenos de arroz separando grano 😀
Ante la duda, le pregunte: «Disculpe, ¿estamos buscando el Transient House? ¿es aquí?». Dicho esto, la señora, sonriente y a prisa, dejó lo que estaba haciendo y nos llevó hasta lo que parecía un granero.
Esa noche dormíamos en un auténtico “ifugao”, las cabañas tradicionales filipinas. ¡Mirad qué pasada de sitio para dormir!
Para subir a la cabaña había que hacerlo a través de una escalerita de madera. La puerta era una tabla corredera que había que deslizar siempre que entrabamos o salíamos ya que sino los pájaros y gallinas entraban en busca del grano que aún se guardaba allí :-D. ¿Lo mejor? Las vistas desde la ventana. Por aquí os dejo un vídeo para que veais con detalle el baño, la habitación, las vistas, etc… 😉
Como podéis ver en el vídeo, dormir aquí fue un experiención. Según cuenta la leyenda del Dios Wigan, este, miró desde el cielo a las tierras de Batad, las vio sin nada y decidió poner una de estas cabañas que llenó de arroz y animales para poblar la tierra.
Los colchones eran “arrozlásticos”, los amenities eran champús que iban dejando antiguos huéspedes, el hilo musical un par de gallos despistados, el aire acondicionado el que entraba por la ventana, pero… qué coj*nes, vivir la experiencia de dormir en un sitio así fue de lo más divertido de todo el viaje por Filipinas. ¿No creéis?
De ruta entre las terrazas de arroz de Batad
Entre pitos y flautas la mañana poco a poco se nos echó encima. De modo que nos hicimos un breve lavado del gato, nos cambiamos la ropa que llevábamos del día anterior y pese a que nos recomendaron ir con guía, decidimos explorar por nuestra cuenta ya que íbamos un poquito de tiesos y el guía era una pasta. Eso de tener constantemente en la cabeza la pregunta de: «¿dónde estamos?», es algo que me encanta 😀 Es una especie de masoquismo.
Siempre tirando de los mapas offiline de Maps.me en el móvil, el primer objetivo sería alcanzar el pueblo de Batad, pasear por sus calles y luego continuar hasta un mirador brutal del que nos habían hablado maravillas.
Al comienzo de la caminata fue bajar, bajar y bajar escaleras. Pero pronto, comenzamos haciendo equilibrios por chulísimas pasarelas de cemento entre arrozales que delimitan una parcela de arroz con otra y son la única manera de moverse por el arrozal.
Es importante no descuidarse porque pese a que no es peligroso, si haces el tonto, la cuerpada puede ser tremenda si te caes a la siguiente terraza. El grito se podría escuchar hasta en Manila 😀
El día salió precioso. Los paísajes… sobrecogedores. ¡Estábamos ahí! Eran las primeras terrazas de arroz que veíamos en nuestra vida y pese a que los arrozales aún no estaban al 100%, ya que la mejor época para visitar Batad es a mediados del mes de Abril, el verdor del entorno era espectacular gracias a los primeros brotes verdes de la cosecha.
El sol brillaba y en nuestras caras se veía de todo menos que esa noche la habíamos pasado en un autobús 😀 Viajar tiene ese no se qué que siempre te aporta un plus extra de todo: fuerza, ilusión, energía, positivismo… 🙂
Poco a poco llegamos hasta el pueblo de Batad, y de pronto, como de la nada, empezaron a salir niños. Adultos no veíamos ni uno, pero niños… ¡un montón!
El hecho de ver tanto niño me llamó un montón la atención y al llegar a España consulté los censos de esta aldea y es que resulta que casi el 40% de la población son niños. ¡Alucinante!
A medida que caminaba por allí reflexioné un montón sobre cómo esos niños se criaban en un lugar así. Niños sin tablets ni móviles, sin TV ni Internet. Les veías jugar a los juegos de siempre, reír como nunca y sin que ningún padre estuviera encima de ellos controlándolos.
A medida que entrábamos en Batad poco a poco fuimos palpando la vida de un pueblo entregado en cuerpo y alma al arroz. Casas ifugao como en la que dormíamos con techumbres de chapa, pequeños cobertizos con animales y una calma chicha espectacular, eran el común denominador de las calles del pueblo que poquito a poco, en silencio, recorríamos.
En más de una ocasión, exclamamos: «¡Pero qué paz…!». No se escuchaba ni una mosca. Tan sólo algún pequeño cacareo y nuestros pasos, caminando, entre los arrozales.
Poquito a poco la hora de comer llegó y dado que la castaña que el sol estaba pegando muy fuerte, decidimos refugiarnos en una pequeña choza que se encontraba vacía para trincarnos el ya clásico “pack Mercadona” que para casos de escaso acceso de papeo siempre llevamos en la mochila.
Ahí nos tenéis a los tíos. La ya clásica melva canutera con pimientos del piquillo y chacina ibérica con quesito con vistas a los arrozales de Batad 😀 ¡Jajajaja!
Con las pilas bien cargadas y después de reposar frente al maravilloso valle de arrozales de Batad, el siguiente paso sería el famoso mirador de Batad desde donde divisaríamos a vista de pájaro todos los arrozales.
Rumbo al mejor mirador hacia los arrozales de Batad
Si miráis bien la siguiente fotografía, arriba a la derecha veréis una pequeña cabañita de color celeste. ¿La veis? Pues el plan era ir hasta ahí arriba 😀 Nada más y nada menos que 130 metros de altura sobre el pueblo de Batad. Unas vistas impresionantes y una subida… todavía más impresionante.
Sin demorar mucho más, continuamos nuestro camino entre arrozales. Poquito a poco, con cuidado, sin prisa pero sin pausa 😉
A medida que subíamos el anfiteatro de arrozales que poco a poco se iba abriendo ante nosotros era más y más sobrecogedor.
Campesinos cultivando arroz que al igual que esos niños de antes también habían crecido en esas terrazas de arroz. En silencio, nos miraban, como diciendo: «¿Qué les habrá traído a esta gente hasta aquí?». Sus caras a veces eran de total incredulidad. Miradas que parecían decir: «Estos extranjeros con tanto dinero… ¿para qué vienen aquí?». Pagaría lo que fuera por meterme sus mentes.
Y claro, si nos lo preguntara, la respuesta “occidental” que podría darle sería muy obvia. Estos paisajes…
Tras casi 1 hora de pateo, de subir escaleras, meter la bota entera en unos arrozales llenos de agua, pasar vértigo, bajar, volver a subir y subir, y más subir… por fin, llegamos al conocido como “High Point”, el mejor mirador de Batad y sus maravillosos arrozales. Todo un anfiteatro de verdes donde la única protagonista es la naturaleza.
¡Menudas vistas! Al llegar, dejamos las mochilas a un lado, nos sentamos y dejamos pasar el rato haciendo fotos y recuperando el aliento de la subida. Mirando atrás, en pocos lugares en el mundo he disfrutado tanto de “viajar” como aquí, frente a este maravilloso paisaje que como diría mi amigo Manolito, es uno de esos sitios para echar unos buenos “comments”.
Batad quedaba abajo a la derecha, y si os fijáis bien, en la parte superior, hay como otro pequeño grupo de casas en la ladera de los arrozales. Pues bien, allí, en esa zona, es donde se encontraba nuestro alojamiento.
Por aquí os dejo un vídeo de nuestro ascenso al mirador. Espero que lo disfrutéis 😉
Como veis, las vistas y senderos hasta llegar allí no defraudan a nadie. El show de colores en tonos verdes a medida que el sol bajaba será algo que jamás olvidaremos.
Parecía un lienzo pintado por el mejor de los pintores. Un capricho de la naturaleza esculpido por el hombre para sobrevivir en ella. Parece mentira que algo tan simple como el arroz, sea tan bello e imprescindible para estas personas al mismo tiempo.
Una noche estrellada cenando arroz más ecológico
El sol poco a poco empezó a bajar y dado que estábamos entre montañas, la oscuridad avanzaba por minutos a un ritmo frenético. Quedarnos a oscuras en mitad de esos arrozales, caminando por esos caminillos no era una opción, de modo que a prisa, pusimos rumbo a nuestra cabaña donde nos prepararíamos para la cena.
Pese a que aún era un poco pronto para la cena, la encargada del alojamiento nos dijo que debíamos encargar todo pronto ya que el método de cocina allí era muy lento ya que lo hacían todo con fuego en una cocina muy pequeñita.
Hasta la hora de la cena nos sentamos en el porche del hostel, donde había otras habitaciones más convencionales, y vimos caer el sol lentamente a medida que este jugaba con sombras sobre las montañas que rodeaban los preciosos arrozales.
Y aquí, ante ustedes, les presento el que posiblemente sea el plato de arroz más ecológico que vayais a poder probar nunca. Venir aquí e irse sin probar estos granos de arroz con verduras de los huertos de la zona… ¡sería imperdonable!
Y después de trincarnos el arrozaco… hora de ir para el sobre en nuestro querido ifugao. Ahora sí que sí. Estábamos absolutamente destruídos 😀
La noche no estuvo mal. Para el grado de humildad de la zona aquello era un lujo. Eso sí, tuvimos que pedir una mosquitera porque la pequeña fauna en estas zonas está a la orden del día. El silencio aquella noche reinó por los cuatro costados. Fue genial escuchar el crujir de la cabaña, algún gatillo pasear bajo esta y despertar con las luces del amanecer entrando por la ventanita del ifugao.
De trekking hasta las cascadas Tappiya
A la mañana siguiente despertamos dando los buenos días al valle desde el balconcillo del alojamiento. El solecito picaba que te transportaba a la gloria. Difícilmente olvidaré el olor a leña de aquella mañana y el ambiente tan guay que se respiraba allí ante semejante panorama.
Para desayunar cayeron unos señores huevos con mantequilla y patatas de la huerta que según la propietaria eran de las traviesas gallinas que se colaban en nuestra habitación si dejábamos la puerta abierta 😀
Y entre pitos y flautas, cuando quisimos darnos cuenta, el sol ya brillaba e iluminaba el valle entero. Mirad qué maravilla de lugar.
Sin mediar palabra, recogimos las cosas ya que esa tarde regresaríamos a Manila y pusimos rumbo, de nuevo entre arrozales, hasta la preciosa cascada Tappiya, a lo largo de tan sólo 1 kilómetro y medio pero un desnivel de subidas y bajadas de 120 metros. O sea, ¡arriba esos gemelacos!
El camino se nos hizo algo pesadillo. Algunos tramos de escalera estaban realmente empinados y parecían haber sido esculpidos por el mismísimo diablo. Sin embargo, tras poco más de 1 hora caminando… de pronto, la cascada y sus 70 metros de altura nos deslumbraron con un espectacular rugir que se escuchaba en toda la garganta por las que descendíamos.
El agua estaba helada como un polo. Los pendientes reales se me quedaron del tamaño de diminutos guisantes. Sin embargo, el reset que dimos a los pies fue ipso facto.
Alrededor de las cascadas se levantaba una enorme nube de agua pulverizada que al pasar el sol por ella iluminaba un precioso arco iris.
El pateo de casi 3 horas hasta allí mereció mucho la pena y el premio ante tan tremendo esfuerzo, como veis es maravilloso.
Y así, con el sonido de la cascada Tappiya de fondo, nuestro tiempo en Batad pronto llegaría a su fin. Pronto emprenderíamos el regreso al hostel, recogeríamos el resto del equipaje e iniciaríamos el camino de vuelta hasta el Saddle Point, a través el mismo trekking de 40 minutos que hicimos el día anterior.
A medida que caminaba, en silencio, pegándome el pateo que me estaba pegando, me preguntaba a mi mismo lo mismo el mismo interrogante que aquel campesino que vimos el día anterior parecía preguntarnos con la mirada: «¿Tanto pateo para ver arroz?» 😀 Y aunque os suene ridículo, aún hay mucha gente en nuestra sociedad que piensa así.
Hay personas que Roma para ellos son: “4 piedras”, el Caribe: “lo mismo que ir a Gandía pero con menos gente” y Batad: “4 campos de arroz que en la Albufera o Doñana se ven igual”. Como os lo cuento. He conocido gente así. Pero amigos, Batad es mucho más que arroz. Batad es una experiencia. Es desconectar.
Batad, es y será, uno de los momentos más bonitos que he vivido a lo largo de estos años viajando por el mundo. Fue breve, pero intenso. Fue un viaje en el tiempo, empatizar con esos niños que viven su niñez como ningún otro niño en Occidente y fue un derroche de paisajes que jamás, jamás olvidaré.
Información práctica si quieres viajar a Batad
A continuación os dejo una serie de tips y enlaces útiles que necesitaréis para vuestro viaje a Batad. Espero que os sean de muchísima utilidad:
- COMO LLEGAR: Comprad los tickets para Banaue en la web de autobuses. En los tickets del bus os dicen dónde está la estación. Os aconsejo el nocturno para llegar allí al amanecer. Una vez en Banaue, pedir que os lleven al Saddle Point y dejad las maletas en una taquilla de Banaue.
- ALOJAMIENTO: Yo os recomiendo encarecidamente que durmáis donde yo lo hice. Es un sitio súper tradicional, los encargados se portaron de 10 con nosotros y las vistas son alucinantes. Haciendo click en este enlace veréis el hotel. Si os sale un listado de alojamientos es el primero de la lista.
- SEGURO DE VIAJE: Para ir a Filipinas este punto es un sí o sí. En Filipinas la sanidad no es que sea excesivamente cara para un turista pero el transporte hasta Manila, si estáis de urgencía, sí que lo es. Un hidroavión o helicóptero puede arruinaros. Haciendo click en este enlace os ahorráis un 5% de descuento con IATI Seguros con quien siempre que viajo voy asegurado y cuando he tenido que usarlos todo ha sido fantástico.
- MAPA BATAD: Descargaros la app de Maps.me y descargaros el mapita del área de Batad. Son 100% offline y están todos los puntos de interés de la zona: miradores, caminos… ¡no os perderéis!
- BATERIAS: En el alojamiento tienen cargadores porque tienen baterías pero lo ideal es que si queréis batería os llevéis un powerbank para el móvil y baterías de sobra para las cámaras.
Con todo esto no deberíais tener ningún problema para llegar a hasta los arrozales y el lugar donde nosotros nos quedamos sin lugar a dudas es de los mejores alojamientos donde dormir en Batad.
Para cualquier duda, seguidme en Instagram y os contestaré a todo por ahí. Disfrutad del viaje y… ¡a perderse por los arrozales! 😀