Narrar mi primera experiencia en un váter de Japón sin recurrir a la escatología que tiene este artículo es sencillamente imposible. De verdad que he intentado por todos los medios no incluir marranadas pero me ha sido imposible. Advertidos quedáis. Hay quienes se llevarán a la tumba el recuerdo de su primer beso, su primera vez en bici o el nacimiento de su primer hijo. Y hay quienes como yo, a parte de esas bellas experiencias… se llevarán algún que otro trauma como el que me llevé aquella extraña noche en la que fue mi primera vez en un cuarto de baño de Japón… Y que Dios nos pille confesados. Allá voy.
Era la 1:00AM de un Viernes en un McDonalds de Tokio. Aún teníamos por delante unas cuantas horas hasta las 6:00AM, hora en que saldría nuestro tren hacia Kyoto. No me preguntéis por qué pero pese a que aquel McDonalds estaba completo, allí no comía ni Dios. Aquello parecía un cibercafé, completamente en silencio y repleto de adolescentes enganchados a smartphones o incluso dormidos, muertos en batalla, sobre mesas y sillas. Increíble a la par de acojonante, de verdad.
El silencio reinaba en la noche de aquel extraño McDonalds pero cuando todo parecía más tranquilo… sucedió lo inevitable. Llevábamos casi 2 días de viaje desde que salimos de Madrid, con escala en Doha (Qatar), y tras día y medio de viaje sin poder ir a defecar, debido a que soy incapaz de dar a luz en el váter de un avión ni en garitos con niveles de higiene por debajo de los recomendados por la OMS… digamos que rompí aguas con extremo carácter de urgencia. Vamos, que me iba por la patilla. Y allí mismo, sin haber hecho ni un cursillo previo de cómo no liarla en un inodoro japonés, me vi obligado a entrar en el que sería el primero de mis retretes de Japón.
Con cara de preocupación, miré a Julia y Diana y les dije: “Ojú, creo que viene, ahora vengo, luego os cuento si ha sido niño o niña”. A prisa, me dirigí al váter del McDonalds, abrí la puerta, eché una ojeada por encima para comprobar que no había ningún churrete que impidiera la delicada operación y tras comprobar que todo parecía en orden, cerré el candado como Dios manda y… ¡voila! Ahí estaba el tío. Mi primer WC de Japón. Madre del amor hermoso. Cuánto botoncito.
Una mezcla de incertidumbre y miedo recorrió mi cuerpo de arriba a abajo. Nunca antes había metido el culo en un sitio donde no sabía que iba a pasar con él. Hasta ese momento no tenía la más remota idea de cómo funcionan los váteres en Japón y la verdad es que me daba pánico el poder hacer cualquier cosa que pusiera en peligro mi integridad inferior y más aún tratándose de un váter público, donde no sabía ni quién ni qué narices habían podido hacer en él. Qué asco, Dios mío.
Debido a la situación de emergencia en la que me vi envuelto, la verdad es que tuve poco tiempo para ponerme a investigar cómo son los váteres en Japón. Sin andarme con muchos miramientos, me senté en la taza y ahí vino mi primera sorpresa… “LA TAZA ESTABA AL ROJO VIVO”. La leche. Pero ahí no acaba la cosa, fue sentarme y aquello empezó a hacer ruidos por todos lados. Resulta que el bicho al detectarte empezaba como a preparar el terreno para lo que se avecinaba. Del susto pegué un respingo que me cortó las contracciones. “Me cago en la leche que mamó Panete!!”, grité como un loco. Lo que pensarían los japos de fuera. ¡¡Qué susto!!
El atasco que tenía en ese momento era importante. Tan importante que cuando quise mirar el reloj ya habían pasado 20 minutos, momento en el que, de manera insistente, alguien empezó a aporrear la puerta del baño justo en el peor de los momentos… y entiéndase como “momento peor” al denominado como “momento tortuga”. Es decir, que la cabeza de la criaturita no estaba ni dentro ni fuera del caparazón. No sabía ni qué hacer, ni dónde meterme dado que la faena no tenía vistas de terminar pronto, el váter no paraba de hacer ruidos y aquel japo insistente cada vez aporreaba la puerta más y más acompañado de quien luego resulto ser un empleado de McDonalds.
Hasta las narices de la situación y más agobiado que Pinocho en un incendio, espeté un: “Güeit a minit, joe!”. Perdí los papeles a la española pero es que no podía más. Menudo comienzo de viaje en Japón. Pero para papelón el que vendría a continuación. Madre de Dios. Y es que finalmente di a luz. Por un momento no supe si tirar de la cisterna o llamar a un cura que bautizara a la criaturita. Habían sido 2 días de gestación y aquello no era normal. Ya lo dice el refranero popular: “según come el mulo… caga el c*lo”. Y quien me conoce… simplemente puede imaginar.
Bien, finalmente, con mucha pena, apreté un botón de la parte derecha del retrete, creyendo, inocentemente, que accionaría la cisterna. Al apretar dicho botón y ver que no ocurría nada, entendí que el bicho no haría nada mientras yo no estuviera sentado de modo que decidí sentarme de nuevo en la taza y repetir la operación. ERROR, ERROR Miguel… ¿Por qué?, por qué diréis… En ese momento… un nuevo sonido empezó a salir de la taza y sin quererlo ni comerlo… un chorro a propulsión atinó a la perfección en lo que vendría a ser mi mismísimo jandemorenare. “Pero esto que es???!!!!!”. La madre que parió a Palomete. No sabría como definir ese horrible momento. Afortunadamente, todo quedó en intento de violación por parte de aquella diabólica máquina ya que gracias a mi instinto de supervivencia, reaccioné con el reflejo del más rápido de los felinos abortando la “Operación Chorrito” con un respingo que pegué que por poco me deja las cervicales en el techo del cuarto de baño. Qué horror.
Pasado el susto, finalmente, terminé la operación a la española: de pie y a 3 metros de aquel váter japonés. Madre de Dios. Qué experiencia y… bueno, si habéis llegado hasta aquí os juro que soy un tipo normal y no producto de un guión de Mr. Bean. Esto sigue siendo un blog de viajes pero… moraleja: “En un váter de Japón, antes de apretar el botoncito, aleja el culo del chorrito”. ¡Arigato!