Una de las cosas bonitas que tiene el poder contar viajes a través de Internet es el poder transmitir sensaciones a través de las palabras y las imágenes. O al menos, intentarlo 🙂 Y en este post, contado desde uno de los países más bonitos de Oriente Medio, Jordania, voy a intentar precisamente eso: TRANSMITIR. Transmitir las mismas emociones que los que allí estuvimos: Julia, Manolito, Sima, Javi y un servidor; sentimos ante el espectáculo de colores, formas y luces que se sucedieron frente a nosotros entre los paisajes del que posiblemente sea el desierto más bonito del mundo: Wadi Rum.
Tanto en 2016 como en 2017 he tenido la suerte de viajar por esta zona del mundo, y como de costumbre, el atardecer suele ser el broche de oro por estos lares. Es increíble como la caída del sol puede llegar a transformar tanto un paísaje como en Wadi Rum.
Así pues, como si del mejor espectáculo de música clásica, actuación sorpresa de The Beatles o U2 se tratara… cogimos asiento en la montaña más alta que encontramos desde la que esperar el show de colores que a puntito estaba de comenzar, y que ya, poco a poco, se empezaba a notar sobre las que serían nuestras jaimas para esa noche.
Imponente, el sol comenzó a bajar como un torbellino de luces que a un ritmo vertijinoso fue cambiando las luces de las rocas y montañas del paisaje.
Dicen que una vez todo este desierto una vez estuvo en las profundidades del mar. Tal vez sus formas fueran antiguos corales que ahora, agradecidos al sol, cambian su color como queriendo devolver al sol lo que durante tantos años este no pudo darles.
Fijaos qué inmensidad. Pero sobre todo… ¡qué colores! Los ocres poco a poco tornarían a rojos, los amarillos a naranjas. ¡El show estaba a puntito de comenzar!
Y qué mejor paisaje que las montañas de Wadi Rum como telón de fondo para la sonrisa de una jordana como Sima 🙂
Poquito a poquito el sol empezó a decir “adios” y con él, miles de siluetas comenzaron a surgir del horizonte como de la nada. ¿Dónde estaban todas esas montañas antes? 😀
El sol, como por arte de magia, empezó a sacar relieves, colores, formas y paisajes nuevos que antes de ocultarse, ¡no estaban ahí!
Rayos de luz, como si del mismísimo espíritu del desierto se tratara, se fueron desvaneciendo junto al sol, penetrando entre las montañas, imponente, junto a la bruma de un paisaje que poco a poco iría tornando el paisaje de dorados a naranjas bajo la música del viento.
Y allí, en mitad de la nada… un banquito y un servidor, para contemplar. ¿Se puede pedir más? Dejadle los yates y el Don Perignon a otro, que yo, con una tacita de té aquí soy el más feliz del mundo.
Fijaos qué maravilla de paisaje. Majestuosas, imponentes, gigantes… las montañas de Wadi Rum. Postales como esta, que un día fueron serpenteadas por peces, son las que hacen de este lugar uno de los desiertos más espectaculares del mundo. Supongo que estaréis de acuerdo conmigo 😉
Poquito a poquito los últimos rayos de luz se fueron escapando por el horizonte.
Y tras ellos, los naranjas y rojos del paisaje pasaron al cielo como si de fuego se tratara. Menuda pasada de atardecer. En serio, para un fotógrafo de viajes, estos momentos son visualmente orgásmicos a todos los niveles 😀 Menuda pasada de colores.
Si pestañeabas te perdías el momento. Todo se sucedía súper rápido. Aún con luz en el cielo, la hora mágica poco a poco comenzó a nacer, y con ella, hermosos colores y las primeras estrellas fueron naciendo en el cielo. La noche de Wadi Rum estaba a puntito de nacer.
Ya con el sol puesto, un manto de estrellas comenzó a cubrir nuestras cabezas junto a un inesperado amanecer de luna que inundó el valle con su luz como si de un nuevo sol se tratara. Os aseguro que no hay nada de Photoshop.
No es de extrañar que directores de cine como Ridley Scott escogieran estos paisajes para ilustrar sus películas marcianas. Lo que aquella tarde acabábamos de presenciar parecía de otro mundo. Los rojos, dorados, naranjas que fueron transformando el paisaje en el que estábamos para poco después acabar iluminados bajo una luna vigilada por la vía Láctea nos surmergíó en un paisaje surrealista y totalmente sin igual del que no te cansas de vivir y que seguramente repita, porque como dice el dicho, no hay 2 sin 3 ;-).
Dedicado a Sima, Javi, Manolito y Julia, mis compañeros durante los atardeceres de agosto de 2016 y 2017.