Mi día a día en La Habana a lomos de moto “Saltamontes”

Ay… mi “saltamontes”. Mi moto cubana. Mi día a día en la isla durante el último año no se entendería sin ella y sin todo lo que he vivido recorriendo La Habana a 35 km/h con mi casquito azul de 20€ 😀 Muchos me preguntabais a diario por cómo era vivir allí, cómo me desenvolví, qué hacía exactamente, etc… y qué mejor lugar que esta humilde bitácora viajera para contaros, a lomos de mi “saltamontes”, mi día a día más habitual, en uno de los países más complejos y a la vez más sencillos, del mundo.

Con mi moto mientras estoy conectado a Internet

La vida en Cuba es rutina, habilidad, mucha calle, más calle, regatear hasta las horas y un ejercicio diario de avispamiento donde el dicho de que “el que no corre vuela” es una constante y en un país donde el transporte es escaso, lento y las distancias son kilométricas… la necesidad de un transporte propio era un sí o sí que nada más llegar ya empecé a barajar.

Coches y autobuses de La Habana

Y así nació la idea de comprarme un coche. Me daba igual como fuera mientras me llevara de un lado a otro. ¡Aunque fuera una tartana! Me daba igual. A penas llevaba un mes en la isla y los palizones de andar al sol con un 90-95% de humedad me hicieron decantarme sí o sí por pillar un transporte propio. Sin embargo, al bichear un poco el “revolico” —el Cambalache cubano, para que lo entendáis— mi gozo cayó en un profundo pozo. Ay Miguelito… ¡esto es Cuba amigo! Para que os hagáis una idea, un Opel Astra del 2005 como el que tengo en España, en Cuba, ronda los 80.000€. Un Lada antiguo, cerca de 18.000€. Tan pronto pude pregunté: «¿Esto será un error no?» y con una sonrisa me dijeron: «No mihjo, no, ¡esto es Cuba chico!». La mágica frase que siempre que la escuchaba en momentos así no sabía si me ayudaba o me hacía enfadar más. Y así, de la idea inicial de comprarme un coche pasé a mirar bicicletas 😀

Coche en La Habana con una piedra sujetándolo

Sin embargo, el tráfico, cuestas, baches y distancias que hay en La Habana hicieron que la idea de la bici poco a poco fuera perdiendo fuerza en favor de las motitos eléctricas que a menudo veía por la calle. Y así, gracias a nuestra casera Rosi, compramos a “Saltamontes” justo un día antes que el huracán Irma, de categoría 5, pasara por el Caribe dejándonos sin luz ni agua durante casi 3 semanas.

Al principio no me veía del todo muy preparado de meterme en la jauría de coches, motos, policías mordedores y peatones suicidas de La Habana pero en cuanto me subí a Saltamontes sabía que una bonita e inseparable amistad acababa de nacer entre ambos.

Autobuses Tussam de Sevilla en Cuba

Luchar contra la rutina en Cuba es una necesidad. Y a veces una tarea complicada. Como el hecho de no tener TV, radio ni Internet hacía que a las 23.30 de la noche ya estuviera en la cama, cada mañana, un grupo de gorrioncitos me despertaba con los primeros rayos de sol mirando hacia La Habana vieja desde mi habitación.

Mis vistas de La Habana desde mi ventana

Tras vestirme, lo primero que siempre hacía era mirar el hipnótico ir y venir de la Avenida Boyeros donde vivía. Es increíble lo de esta ciudad. Ya desde por la mañana, colas de “gente cogiendo máquina”, camiones llenos de obreros y todas las aceras llenitas de trabajadores y estudiantes de uniforme. Como siempre, de un portazo cerraba la puerta debido a la humedad, luego, la cancela del pasillo donde estaba mi casa y de ahí caminaría hasta la ventana hacia el otro lado del edificio desde donde cada mañana me detenía unos segunditos a mirar el horizonte de palmeritas que se veía desde allí. Vamos, un ritual 🙂

Vistas al amanecer desde mi ventana en La Habana

Acto seguido bajaba las 8 plantas de mi edificio por las escaleras con el constante cacareo de los gallos de uno de los vecinos que practicaba santería y magia negra con ellos.

Mi casa en La Habana

Una vez en el portal, como siempre, daba los buenos días al portero o portera que estuviera ese día. Casi a diario, alguna broma por ser español me caía. Poquitos españoles no diplomáticos vivían por este tipo de barrios. Tras bajar la pequeña escalerita de la calle, llegaría hasta mi pequeño garajito donde entre un montón de trastos y polvo guardaba bajo candado a mi saltamontes 🙂

Garaje donde guardaba a mi moto eléctrica en La Habana

Allí, no me preguntéis por qué, pero era súper feliz. Feliz de ver a mi saltamontes y de callejear un día más por el tráfico de La Habana. Sólo tengo buenos recuerdos subido a él. Nunca me han gustado las motos. Jamás. Reconozco que compré esta moto por obligación, sin embargo… como muchas veces me suele pasar, le pillé cariño 🙂

Garaje donde guardaba a Saltamontes

¿Qué cómo es conducir por La Habana? Pues… para empezar podría decir que es más lento de lo que pueda parecer. Con mi moto a 35-40km/h he llegado a adelantar a muchos coches. Sí, lo que leéis. Lo que peor llevaba era la contaminación.

Coches en gasolinera de Cuba

Había veces que llegaba a casa con las orejas y los lagrimales de los ojos negros. Tened en cuenta que estamos hablando de muchos coches sin catalizador con piezas requetereutilizadas y combustibles con una cantidad de aditivos que a veces hacen que entres en nubes de polvo negro donde a modo “Sorpresa, sorpresa” entras en la nube y no sabes qué hay detrás.

Para desayunar hacía dos cosas. Cuando encontraba Nutella y estaba dispuesto a pagar los 18€ que vale un bote allí, me pegaba varios días desayunando eso. Cuando no, optaba por el típico desayuno cubano que sueles encontrar en garitos estatales: un juguito de mango o guayaba y un pan con tortilla. Por poco menos de 2€ tenías todo eso.

Jugo de Guayaba

Después del desayuno, cada día, me daba mi dosis de Internet en “sociedad”. Mi saltamontes y yo nos íbamos al Malecón o a un parquecito de al lado de casa para conectarme “sin incidentes”. Y entiéndase por “ausencia de incidentes” al hecho de llegar y que la conexión fuera bien, que no lloviera o que ningún hacker te expulse de la conexión para tener que pagarle a él para acceder a Internet a través de su router. No olvidéis que a fecha 2017 Cuba sigue sin Internet en las casas y sólo te puedes conectar en parques, hoteles y plazas habilitadas para ello donde al activar la WIFI verás una señal llamada ETECSA a la que te conectarás con un saldo de X horas a € la hora.

Conectado a Internet en una de mis oficinas de La Habana

Conectado a Internet me ha pasado de todo. Digamos que era una zona algo chunga de La Habana y… tras varios meses conectándome a diario aquí podría destacar desde el día que me cayó una cría de loro en el cuello al día que un mendigo de pronto se lió a palos con una familia y acabaron a carcajadas, una pedrada de unos niños, ver a señoras de 80 practicando yoga con Titanic de fondo, una prueba a la seguridad cubana con hombres vestidos de chaqueta y mujeres en tacones haciendo footing y flexiones, picaduras de gengés, mosquitos, hormigas rojas, etc… aburrirme… no me aburría, no. Sin contar con la constante banda sonora del que repara colchones, el que vende ajo, maní y por supuesto el típico que hace videoconferencia a voces contando lo bien que le va y la de dinero que hace en Miami algún conocido. Un clásico.

Cubanos jugando al ajedrez en la calle de La Habana

Tras dos horillas de mi droga de megabytes en vena, y si no llovía e iba bien la conexión, saltaba al al “Agro” y súpermercados más cercanos para intentar dar caza a huevos, pollo, leche y cebolla. Sí, dar caza. Me decían por lo bajini: «Amigo… ¡huevo…!» Y como si de coca se tratase me vendían el huevo por alguna esquina 😀

Mercados de frutas y verduras en Cuba

Los agros en Cuba —mercados de frutas—, son toda una experiencia para el extranjero que vive en La Habana. Eres un dólar con piernas con todo lo que eso significa. El día que encontrabas pechuga de pollo o patatas era fiesta 😀 Insisto… aquí el que no corre vuela y las cosas a Cuba llegan con cuentagotas.

Estanterías de los supermercados en La Habana

Hacer de Rodríguez en La Habana fue una constante bastante habitual en las primeras horas de la mañana ya que lo que en España es cosa de 10 minutos os juro que en la gran mayoría de casos se convertía en Gymkana. Desde hacer una fotocopia o ir a comprar pescado se convertía en toda una aventura ante el típico: «Uyyy chico, eso lleva perdido mucho tiempo». Y claro, si está perdido y lo quieres… hay que encontrarlo. Cosas como el jabón de lavar platos, detergente para baño, aceite o una olla. Cosas tan sencillas que aquí arreglamos yendo al chino de abajo, allí, subido en la moto, me llevaban una mañana o varios días para lograrlas.

Tienda de ultramarinos a pie de calle en La Habana

Tras la operación Rodríguez, siempre que podía lo hacía por el Malecón. No sabéis lo que hecho de menos mis paseos con “Saltamontes” junto al mar. Sentir el viento y las olas rompiendo junto a ti 🙂 ¡Libertad! 😀

Diario de un Mentiroso en La Habana

Ya en casa, me ponía con la operación “filtrado”, donde ponía a hervir una olla de agua y filtraba la del día anterior con dos filtros de café y una olla filtradora que me traje de España. No se la cantidad de litros que habré filtrado en Cuba pero sólo os digo que cuando llegas a España después de filtrar y filtrar tanto como yo, abrir el grifo y beber directamente es casi orgásmico.

Filtrando agua en mi casa de Cuba

Mientras el agua hervía, me ponía a currar en el ordenador con el clásico cacareo de los gallos del vecino de abajo de fondo y la novela del vecino de enfrente retumbando en todo el pasillo. Al final hasta me acostumbre y ni oia la novela, ni los gallos ni el runrún constante de carros por la avenida de enfrente 😀

Tablón de anuncios de mi edificio en La Habana

Y así, hasta más o menos la hora de comer, donde si había logrado reunir ingredientes suficientes para una receta, comía en casa y si no, me iba a comer a la calle.

Comiendo espaguetti en La Habana

Al cabo del tiempo, la rutina de comer fuera fue una constante. Entre el tiempo que me ahorraba en la gymkana, el precio al que estaban las cosas, que el pollo era Wally, las verduras eran solo de temporada —sin importación, con todo lo que eso significa—, y que productos como pescado o carne de res sólo podía adquirirlos en paladares… al final, la mayoría de los días acababa comiendo en la calle: pasta, pizza, algún sandwich, ropa vieja, arroz con frijoles… la comida en la calle en Cuba es un sota, caballo y rey.

Arroz, ropa vieja y frijoles en mi casa de La Habana

Ser Dios en Cuba es ser europeo y poder hacerse una tortilla de patatas 😀 No sabéis cuánto trabajito, paciencia, sudor, lágrimas y kilómetros en moto que me costo dar con huevos y patatas para esta tortilla que veis. Os juro que veo la foto y me siento orgulloso y todo 😀

Mi primera y única tortilla de patatas en La Habana

Por las tardes unas veces iba a un local con mi pendrive a que me pasaran “el paquete semanal”, que no es otra cosa que una selección de películas, series, programas de TV españoles y documentales que te copian y pegan en tu memoria. Por poco menos de 3€ tenía un lote de ocio bastante potente, aunque la realidad es que pocas veces lo veía.

Descagando películas y series en el Infinity de La Habana

Por las tardes, mientras Sima estudiaba o iba al hospital, yo me quedaba en casa trabajando o yendo al Hotel Presidente, donde solía ir a enviar mis trabajos por Internet. Allí tenía mi silla, mi mesa, me pedía un cafelito con leche y aguantaba unas horas hasta que lograba enviar por Wetransfer mis cosas. Nunca imaginé que ahora que os escribo desde el silencio del salón de mi casa en España, echara de menos el ruido de cubanos comentando fútbol, el piano de cola de la recepción del hotel o la banda de música con el dichoso Guantanamera en bucle para los guiris. Y qué decir de cuando elegía currar con vistas al mar, ¡qué días!

Trabajando junto al Malecón en Cuba

Y por fin, el atardecer. Para nosotros ver la puesta de sol desde el Malecón o nuestra querida “playa de la Paz” era sagrado.

Atardeceres de Cuba

Decíamos: «¡Corre, corre que nos perdemos el atardecer!». Los atardeceres en Cuba eran nuestro show particular. Una manera de desconectar del bullicio del día a día, del ruido del tráfico y el trajín y buscapapas diario en el que te ves envuelto prácticamente todos los días.

Atardecer en La Habana junto a pescadores

Después del show de luces, colores, nubes y destellos… nunca faltaría eso de: «Jordana, ¿nos tomamos un batido de chocolate helado?» y dicho esto, de nuevo a lomos de saltamontes, nos daríamos nuestro particular homenaje como premio a un día más frente al Malecón o algún parquecito hasta la hora de cenar.

La noche desde mi casa en La Habana

De mi día a día en Cuba echo de menos el olor a las plantas tropicales. Echo de menos callejear con saltamontes y aunque a mi mismo me parezca increíble, ¡hasta echo de menos los baches! Echo de menos las cosas de los cubanos, sus contestaciones, historietas, preocupaciones…

Diario de un Mentiroso en Fusterlandia

¡Echo de menos el surrealismo al que te expones! Cada vez que recuerdo el día que me vieron con la moto en un hospital y me dijeron de ir a buscar sangre para una operación urgente a un centro de donación 😀

Con Jose Martí, en La Habana

Echo de menos la desconexión que te conecta con lo que te rodea, echo de menos mis cafelitos en el Belview, no pensar nada en los jardines del Hotel Nacional, coger máquina, el piar de los pájaros tropicales, el olor a la tierra en Cuba, el azul Caribe, las palmas reales…

En el bosque de La Habana

Y otros muchos otros ratitos que en este vídeo totalmente random, grabado con el móvil, veréis cositas de mi día a día que sólo en Cuba me podrían pasar. Espero que os entretenga 😉

Mi día a día en Cuba. Mi rutina en La Habana. Un año lleno de lecciones, de superación, de adaptarme una y otra vez, de reflexión, un año de cambio, de contraste entre lo que tenías y ahora no tienes. Una rutina necesaria, incómoda, diferente y que ahora, meses después de haber abandonado la isla, por increíble que parezca… echo de menos.

Haciendo guardia en uno de los hospitales de La Habana

Dedicado a Sima, mi compañera, mi apoyo y mi día a día en esta aventura en Cuba.