Hace mucho tiempo que llevo queriendo escribirte esta carta, Menorca. Tanto, que ya ni me acuerdo. Esta es una carta que te debía simplemente para decirte gracias y para, por qué no, decirte que te echo muchísimo de menos.
Mirar donde nacieron tus sentimientos a veces es necesario. Ver de dónde vienes, cómo aprendiste a ser lo que hoy eres…, y hoy, cuando pienso en tus bosques, tus orillas y atardeceres, siento el anhelo de lo que un día fue para mi el primer avión, el primer chapoteo “paradisíaco” y el primer roadtrip de ilusiones.
Tal vez no lo sepas. Ni lo imagines. Pero desde que nos conocimos en mi despertaste un antes y un después que me acompañará hasta que me muera. Y es que cierro los ojos, pienso en ti y me veo encerrado entre bosques y brisa de mar. No se oye nada salvo el canto de algún pajarito y el tintineo de las ramitas de los árboles. La brisa marina se siente entre el fuerte aroma a jara, romero, tomillo y pino. Camino, mis pasos se hacen melodía y de pronto… ¡zas! El paraíso.
Tenia 19 años, todo era nuevo para mi y desde aquel viaje en que nos conocimos, mi vida, no ha sido igual. Allí, en aquel Verano de 2007, despertaste en mi este remolino viajero que a día de hoy aún me engulle.
Y es que, siempre hay un comienzo para todo y el mio fue en tus caminos, acantilados y piscinas naturales. Esa emoción por ver qué habrá tras un mirador, para mi hoy ya es una droga. El nerviosismo previo a una travesía por el mar, una necesidad. La sorpresa frente a un sabor que nunca antes había probado, un deseo. La adrenalina de vivir lo desconocido, una constante vital.
Viajar es que no importe el ayer ni el mañana. Que lo importante sea el ahora. El momento presente, lo que te rodea. Y claro, en tu caso… los brazos con los que nos rodeaste no eran poco 😉
Entraste en mi ADN en forma de virus invasivo. Arrollando como un elefante en una cacharrería. Un virus de esos que te arrastran, te persiguen y te captan sin marcha atrás.
Un virus que te hace tomar decisiones incorrectas y algo locas. A veces… demasiado locas. Un virus que te empuja a perseguir horizonte tras horizonte sin hacerte fatigar. Un virus, que por mala pinta que tenga…, siempre, de un modo u otro acaba haciéndote sonreír los días grises y llenando de ilusión los peores días después de trabajar tan solo al verte entrar por la puerta. Un virus, amiga mía, que se llama: VIAJAR.
Y sí, allí, en Menorca, empezó todo. Mi isla, mi isla bonita.
Acababa de cobrar mi primer sueldecillo de programador web. Lo tenía intacto. Vamos, que no había gastado un duro. Y bueno, pasó lo típico, tienes 19 años, ves las alforjas llenas, jóven e inexperto, te sientes milloneti y te lanzas a viajar. Y así, así fue como Diana y yo decidimos sin dudar el ir a buscar un imposible: un viajito lowcost por menos de 500€, con playas paradisíacas y pececitos de color. Sí, millonetis, tiesos, pero exigentes 😀
«Queremos ver peces de colores y aguas trasparentes. Mire, algo así», le dijimos a la de la agencia con la mayor de las ilusiones, mientras señalábamos un folleto que había encima de la mesa. «Eso es Menorca», nos contestó.
Acto seguido, empezó a darnos precios totalmente prohibitivos. Yo no le quise decir nada a Diana pero… me veía en la piscina de casa chapoteando con manguitos 😀 Sin embargo, el nombre de la isla ya se había quedado con nosotros: MENORCA (resonando en nuestra mente con la voz de Constantino Romero).
Ya en casa, nos ilusionamos tanto que empezamos a mirar vídeos, fotos, reportajes… y en un acto algo desesperado, fuimos a una agencia del pueblo a ver si sonaba la flauta. Y sonó.
350€ ida y vuelta con un vuelo charter pero había que pagar, ¡YA!. Ya, pero ¡ya que nos lo quitan! Y así, sin pensar en cuánto nos saldría el hotel ni el coche, saqué mi tarjeta de débito, nuevecita y aún con la pegatina de activación puesta. «Mire, pásela pero no se si va a funcionar, es la primera vez que la uso». Y acto seguido, un letrerito de ACEPTADA dio pistoletazo de salida a nuestra aventura. «Pitufilla, ya no hay marcha atrás», le dije a Diana. Y ahí, sin darnos cuenta, empezó todo. Con un click de TPV.
Han pasado muchos años desde entonces. Casi 50 países desde aquella primera vez. Pero ninguna supera la ilusión de aquel viaje a Menorca donde nerviosos y la ilusión de dos niños en la noche de Reyes Magos, nos subimos a aquel autobús sin alas, ruidoso y lleno de interrogantes.
Al llegar, un metrosexual que dormía en calzoncillos de flores con olor a galleta de coco y una polaca que se hacia 30km diarios en chanclas al borde de la insolación fueron nuestros compañeros de habitación en el albergue donde dormíamos. Aquella situación no la elegimos, simplemente… se dio así. Sin embargo, traíamos tantas ganas que ni nos importó. Bueno, un poquito sí 😀
Como cada mañana, salíamos a patear tus senderos desde bien prontito. Ya lo sabes. Era nuestro día a día en la isla con tal de esquivar a los guiris.
¡Menudas caminatas nos dimos por la isla buscando las calitas más solitarias!
Nevera en mano, llena de zumitos, galletas, batido de chocolate y cómo no un señor bocata nos acompañaba cada día en la orilla de un pequeño paraíso. ¿Te acuerdas?
Y para terminar, algún bonito atardecer entre rocas siempre nos esperaría.
Se que ya no eres igual. Desde entonces has cambiado. Y yo, para que te lo voy a negar, también. Donde antes solo había calitas solitarias y podíamos hablar y reír de nuestras cosas con el único canto de los pajaritos, ahora, hay muchos más turistas y apenas ni nos dejan hablar.
¡Y qué decir de los precios! Viajar por menos de 500€ para 9 días a día de hoy es un imposible. Y yo, pues… aquí me ves, la primera vez que nos vimos no sabía casi ni conducir y el último año me lo he pasado en moto por La Habana.
Sin embargo, para mi, el recuerdo de lo que un día fuiste, del primer atardecer en Favaritx jugando a la niña del grito, la primera vez que vimos Trebaluger o Escorxada… jamás, jamás lo olvidaré.
Te echo de menos. Echo de menos tus calitas, tus caminos de rocas donde rompí mis chanclas, las vistas desde el monte Toro, tus cantos locos de las olas del norte…
… o tus chapoteos buscando pececillos en el sur de tu Caribe sureño. Y cómo no, los bocatas improvisados que nos pegábamos con melva canutera con pimientos del piquillo y sardinillas bajo algún pinito.
Tal vez sea morriña de lo que allí sentimos. Tal vez el no saber que hacíamos, sin móviles, redes sociales ni nada que se le pareciese.
Sólos tú y yo. Frente a tus paisajes y la inocencia de unos pipiolos aprendices de viajero que aún no habían salido de España y que entre tus calas, bosques y acantilados, aprendían a viajar.
Tal vez sea por todo esto, y mucho más, lo que hacía que siempre que pensaba en ti sonriera por muchos paisajes y destinos que pusieran frente a mi. ¿Sabes cuantas veces me preguntaron lo mismo?: «Miguel, ¿un destino?», a lo que tras 5 segundos de pensar, decía: «Mmmm… Menorca». ¿Menorca? Sí, no la cambio por nada.
Y es que, qué más se le puede pedir a una islita que se recorre de punta a punta en poco más de 1 hora donde a cada paso que das encuentras lugares como este.
Allá donde me lleve el mundo siempre estarás conmigo. Nada ni nadie borrará el recuerdo de la magia que sentimos al ver por primera vez tus aguas transparentes en Mitjana y Mitjaneta.
Gran Cañón, Angkor Wat o Wadi Rum… grandes viajes que vinieron después y que aún habiendo disfrutado en ellos como un enano, será dificil que los primeros brillitos dorados que vimos como pájaros desde lo alto de tus acantilados sean igualados o superados por ellos. Fuiste nuestros primeros grandes atardeceres.
Nada hará que la sonrisa de tus orillas en la arena se borre de nuestras retinas. Ni Maldivas, ni México, Filipinas, Cuba ni Tailandia… como aquel primer chapoteo con aquella cámara acuática de carrete que compramos en Mahón, ninguno.
¿Te acuerdas de los miles de cangrejillos que encontramos en aquella cueva haciendo kayak?
Y de la caldereta de langosta que comimos en Cala Galdana…? Mmmm… ¡aquello sabía a mar! ¡qué rico! Sólo tu podías sorprendernos así.
Esas tardes perdidos por las calles de la Ciudadella comprando souvenirs por el centro…
O aquellas mañanas buscando mininos por las casitas blancas de Binigaus y las paradisíacas playas de Son Bou.
Cada viaje que haces te cambia, no es ni peor ni mejor, simplemente, diferente. Pero juntos tuvo ese no se qué que lo hizo diferente.
Tal vez porque fue el primero de una larga lista, porque fue donde aprendimos a caminar y a soñar despiertos… ¡no se! Aquel recuerdo, siempre, de un modo u otro, me acompañará para recordarme quién fui y de dónde vengo.
Este post no es un tributo porque no lo necesitas. ¡Sólo hay que ver cómo están tus calas de repletas! Este post es algo que te debía, por ser lo que fuiste y aún eres. La piedra angular de nuestras aventuras. El punto de inflexión de esta bitacora, de mi vida y de la que viene.
Ya lo dijimos una vez, ¿te acuerdas? Qué guay sería jubilarse aquí. Qué guay sería volver a viajar contigo, mi isla, Menorca, con quien aprendí a viajar, a soñar y descubrir riendo.
Gracias por cambiarnos la vida. Gracias por enseñarnos a viajar. Espero verte pronto, aquí, en Perito Moreno o en Pekín.
Uno no sabe hacia dónde va hasta que no mira de dónde viene. Anónimo.
Menorca, recuerdo de un viaje de Septiembre de 2007