El aeropuerto de tus sueños (y el de los alemanes)

Soñar es gratis y dados a imaginar, os propongo imaginar el prototipo de aeropuerto ideal, ese con el que todos hemos soñado alguna vez tras maldecir una y otra vez las agónicas esperas que más de una vez hemos sufrido tirados por los suelos de los aeropuertos, a ser posible frente a un McDonalds por eso de la wifi gratis, utilizando la mochila o saco de dormir por almohada y saliendo cada dos por tres a los WC armados con botellitas para recargar, beber un poco de agua y de paso estirar el lumbago.

Imagina por un momento llegar a tu puerta de embarque y que te pregunten: «Señor, ¿vuela usted a Nueva York?, si es así, aquí tiene usted un código para poder ver el Real Madrid – FC Barcelona durante su vuelo, bien desde el móvil en el que encontrará conexión wifi gratuita o si lo prefiere, en la pantalla que encontrará frente a su asiento. Aquí tiene una revista para el viaje y unos bombones. Buen vuelo».

¿Sería la leche no? A mi modo de ver demasiado surrealista. Vayamos a algo un poco más «accesible». Supongamos una situación con la que muchos de nosotros  nos topamos todos los años: las escalas. Imagina un aeropuerto que te convirtiese esos momentos de espera en relax. Un aeropuerto que piense en que la noche es larga, el suelo frío y por ello, quiera hacértelo más llevadero, pero… ¿cómo?

Tal vez una tumbona, de estas largas, de playa, sobre un suelo mullido como si de césped se tratase por el que poder pasear descalzo, sin las dichosas botas, junto a un enchufe donde conectar mi portátil mientras veo una peli por Wifi sin coste alguno y dados a pedir, una clavijita USB para tener el móvil a punto a la espera de alguna llamada. Eso si, no muy lejos de la tumbona que ya se sabe que los descuideros están al quite de todo y prefiero tenerlo todo cerquita. Como en casa

Una pequeña fuente con agua fresquita, donde poder beber sin pagar 2€ por 250ml y puestos a pedir, junto a esta, una pila de almohadas por si el acolchado de la tumbona no te es lo suficientemente cómodo para mi cuello o espalda.

Algo así mi cuerpo lo agradecería pero y la mente? La mente también necesita sus lujos y un pasatiempo con el que ejercitarla no estaría del todo mal. En ese aeropuerto de mis sueños toda distracción nula no podría tolerarse. En ese aeropuerto imaginario, lo ideal sería que te regalaran el periódico. Tener un enorme stock de periódicos. Parece que ya lo veo… el Diario As, el Marca… y si no te van los deportes, que puedas elegir entre tu diario favorito de noticias… El País, ABC, El Mundo… todo gratis, aquí no estamos para robar 4€ a nadie. Qué gozada, qué éxtasis informativo y encima gratis.

En un lugar así, fijo que te apetece hablar y cuando uno hace esto, la boca se te seca, ¿o no?. Seguro que el cuerpo te pide algo liquido que echarte a la boca y sino, da igual, en ese aeropuerto ideal de nuestros sueños, lo suyo sería que te proporcionaran una máquina de café, chocolate caliente, te, alguna que otra infusión y por supuesto azucarillos, que el café a veces amarga demasiado y hay que darle dulzor a las cosas. Con algo hay que matar el tiempo y para facilitar esta tarea ha de ser gratis, faltaría más.

En ese aeropuerto ideal, habría hueco para todos y dados a buscar uno, dentro de lo imaginario, podríamos crear el rincón de lo exclusivamente imaginario. Tal vez unas pequeñas urnas «a lo japo» pero algo más grandes, sin tanto agobio, en las que por el módico precio de 15€ la hora, poder disfrutar de lo que podría ser el camarote de una nave espacial, ya que uno paga… que sea a gusto hombre y completamente privadas, con tu cortinita, a ver si esto se va a convertir en el barrio rojo de los aeropuertos.

Televisión de plasma, una cama como dios manda, hilo musical, revistero… y todo en colores blanquitos, muy Ikea. Para que no te afecte el estrés de ahí fuera con tanta tumbona, césped artificial, chocolates y cafés.

En fin… qué bonito es soñar. Qué bonito imaginar. En un momento como este, tan sólo se me ocurre hacer un guiño al bueno de Rick Blaine en Casablanca, alterando un poco su famosa frase y adaptándola a mis sueños en un: «Siempre nos quedará Munich».

Mientras tanto, sigamos soñando en Barajas mientras yo te enseño lo que soñé