Fue la primera excursión del tour de Francia que hice junto a Charly y la verdad es que la idea de visitar la duna más grande de Europa era algo que cuanto menos resultaba emocionante, puesto que, eso de visitar una duna de 100 metros de altura y 2’5 kilómetros de extensión, no es algo que se haga todos los días.
La duna se eleva de manera descomunal entre un inmenso pinar y hace de medianera entre este y el mar. Probablemente ahora si la volviera a visitar, todo aquello habría cambiado bastante puesto que como todas las dunas, esta en movimiento y va devorando, poco a poco, una media de 2 metros anuales lo que le rodea, que en este caso es el pinar que tiene junto a ella.
Para llegar a la duna atravesamos una serie de carreterines que cruzaban el pinar hasta llegar a una zona de aparcamiento donde dejabas el coche y te ibas andando hacia la duna. Teníamos poco tiempo por cuestiones de organización de ese día, así que salimos disparados del coche hacia la duna nada más aparcar. La visita se iniciaba en la misma base de la duna, donde te topabas con una escalera al más puro estilo “escalinatas tibetanas”, de esas q suben y suben hacia los templos tibetanos, solo que en este caso, por la superficie de la duna hacia su cima, que como comenté, estaba situada a más de 100 metros de altitud. Era una escalera de plástico, puesta directamente sobre la arena, con una inclinación considerable y con 2 cuerdas gruesas por barandilla agarradas con alambres. Como locos empezamos a subir las escaleras, de 2 en 2 escalones a una velocidad de vértigo y… hablando del rey de roma, por la puerta asoma. Vértigo. En Sevilla he vivido siempre en un 12º piso, con mi hermana jugaba de chico a colgar los pies por la barandilla del balcón mientras tirábamos papeles mojados a la gente que pasaba por la calle. Desde siempre me he colgado de los árboles del parque situado frente a mi casa, he tenido cabañas en ellos que yo mismo construí y me encantaba ir a la caza de nidos llegando a subirme hasta los 4 metros en algunos casos. Con tal curriculum, por mi mente nunca llegó a pasar la remota idea de que yo tuviera vértigo, hasta este día. Como decía, subimos muy rápido hasta que llegamos a un punto en el que, cansados, paramos, tome un poco de aliento, me gire y fue entonces cuando al ver la inmensidad de ese pinar y la altura a la que estábamos, cuando sentí un leve mareo que me amarró a la barandilla y que no me dejaba ni subir ni bajar. Lo que viene siendo un ataque de vértigo grado 8. Como si fuera “chiquito”, en plan jandemorenare, fui subiendo escalón a escalón, hasta la cima. Para que os hagáis una idea, subir esa duna es más o menos equivalente a subir la giralda por una inmensa cuesta empinadísima en línea recta.
Una vez arriba, todo una pasada. Las vistas sobre la costa de Arcachón, fantásticas.
La bajada fue algo distinta a la subida, en vez de utilizar la escalera, tenías la opción de bajar corriendo (si, corriendo) por una rampa de arena inmensa. Fue genial.A cada salto que pegabas a medida que bajabas podías avanzar 3-4 metros ya que la inclinación era tan bestial que te resultaba fácil.
En un plis-plas llegamos abajo, eso si, con algo de arena en los bolsillos y poniendo punto y final a la anécdota dunera que hizo descubrir mi vértigo a las alturas.
que interesante esto eehh sin duda algún día tengo que ir, gracias por tu comentario de mi blog tu web me ha gustado mucho 😉 felicidades