Cuando más lejos me siento de casa al viajar

Mientras escribo estas letras suena de fondo la llamada a la oración. No se qué dice ni sabría reproducirlo igual. No hay una igual a la otra. Su entonación, voz del muecín varía mucho en función del país, ciudad… pero pese a que son distintas, el efecto que produce en mi es siempre el mismo: me transporta 🙂

En Amman, divisando la ciudad bajo la llamada a la oración

Y digo “me transporta” porque a día de hoy los medios de transporte son tan veloces que podemos llegar a no percibir la distancia. Hoy en día desayunar en Madrid, almorzar en Frankfurt y cenar en Amman es tan común que por suerte o por desgracia, el mundo en el que vivimos cada vez nos lo hacen más y más pequeño para lo bueno y para lo malo.

Mezquitas de Estambul al atardecer

Y sí, digo “para lo malo” porque sin darnos cuenta a veces nos comemos esa mágica sensación que los antiguos tenían de estar en otro mundo debido a la dureza de los medios de transporte, duros caminos y condiciones de antaño que hacían interminables las distancias. Y sino, responde: ¿mirar una cima a la que has llegado en ascensor es lo mismo que una que has escalado? 😉

Camellos cruzando una carretera en Túnez

Sin embargo, volviendo a lo que os decía al principio, para mi, no hay manera más fuerte de romper todo esto que escuchando la llamada a la oración. Tal vez a los musulmanes les suceda algo por el estilo con las campanas de nuestras iglesias. Tal vez. Pero estas líneas, aquí en el blog, me apetecía compartirlas para expresar la magia que siento cada vez que lo escucho.

Pareja abrazada frente al Bosforo en Estambul

¿Habéis sentido esa sensación de “desconexión total” que a veces nos ocurre cuando olemos un aroma que nos devuelve a la infancia? Pues algo así me sucede a mi cada vez que escucho la llamada a la oración. Y es que me hace sentir viajero. Me hace sentir nómada. Me hacer ver España en la otra punta del universo y a mi en él como un intruso.

La primera vez fue en Marruecos, desde la cama de mi habitación cuando aún no había ni salido el sol y el canto del muecín me hacía sentir un extraterrestre en la Luna. Un intruso en la tierra de otro. Sientes más que nunca que no estás en casa. Que estás fuera. Lejos. Digamos que el choque cultural se hace melodía.

Mujer con velo en Túnez

Grabada en mi mente tengo también aquel momento en que escuché desde el Monte de los Olivos mirando caer al sol tras el skyline de Jerusalén…

Jerusalén desde el monte de los olivos

O aquella vez con mi amigo Manolito en Estambul, sentados junto a un té, frente a un agitado Bósforo aturdido por decenas de mezquitas resonando a la vez. ¡Qué pasada…! 🙂

Tomando té en el Bosforo en Estambul, Turquía

Y cómo no, aquí, en Amman, sentado desde lo alto del maravilloso graderio del teatro romano de la ciudad, uno de mis lugares favoritos del mundo, es desde donde he querido cerrar este post para invitaros a vivir este “carpe diem” viajero, que traslada, te hace sentir fuera y en definitiva, te hace sentir “viajero”.

En Amman, al atardecer

Por más momentos como estos. El Adhan, la llamada a la oración. Que bonito es viajar y sentirse así con tan poquito 🙂