Aparentemente la península de Yucatán, no tiene ni una sola montaña ni río que la atraviese, pero como digo, todo son “apariencias”. El terreno en esta zona de México está compuesto por multitud de sedimentos animales y vegetales, que han ido transformándose, por acción de la lluvia, en ríos subterráneos con montañas submarinas que yacen bajo la tierra, en forma de estalagmitas y que con el paso del tiempo ha ido convirtiendo esta zona en un autentico queso gruyere, que incluso desde el avión podréis observar a la hora del aterrizaje.
En un momento dado, el agua que inundaba estas cavidades descendió de nivel formando enormes cavidades, que en muchos casos, provocó el derrumbe de la tierra que lo soportaba, originando, los cenotes.
Cenote viene de la palabra maya “ts’ono’ot”, que significa “caverna con agua”, se calcula que hay interconectados entre si unos 2400 en Yucatán y podemos clasificarlos en 3 tipos: a cielo abierto, que suelen confundirse con estanques; semiabiertos, a los que se accede mediante una galería suficientemente grande como para que entre luz a su interior; y por último, cerrados o “piscinas submarinas” tal y como yo los denomino.
El concepto “cenote” era algo nuevo para mi y puesto que me encanta meterme por sitios raros, esta mezcla entre cueva y piscina me llamaba mucho la atención, de modo que decidí ponerme en manos de nuestros amigos Víctor y Juan Carlos para conocer estas maravillas subterráneas a la par que nos pegábamos un chapuzón en sus fresquitas aguas dulces.
El primero de los cenotes que visitamos fue el cenote Ik-Kil situado a 35 kilómetros de Valladolid.
Como veis, el cenote Ik-Kil es un cenote abierto y se encuentra rodeado de una espesa vegetación habitada por loros, tucanes y multitud de pájaros tropicales que no paraban de piar provocando un alboroto digno de concierto.
Para bañarnos en el cenote Ik-Kil, descendimos por una escalera que atraviesa la roca donde encontrarás pequeños balcones donde asomarte.
Una vez abajo, podrás optar por tirarte desde una escalera de 15 metros de altura, sin miedo a dar con el fondo puesto que este cenote tiene más de 50 metros de profundidad, o bien, bajando a él de un modo light, por una escalerita hecha con troncos de madera por la que obligatoriamente deberás salir, si no quieres acabar en el fondo del cenote al igual que los sacrificios mayas que estos practicaban allá por el año catapún, o sea, mas o menos por el año 350 a.C., época en la que los mayas creían que realizando sacrificios arrojando a los cenotes objetos, personas y animales, los dioses les premiarían con la lluvia para sus cultivos.
El agua es dulce, nunca había experimentado el meterme en un agua sin cloro o sal marina y la sensación que tuve fue como si estuviera en una bañera enorme. La temperatura del agua no era precisamente puchero, se puede decir que estaba fresquita pero entre salto y salto entrabas en calor.
Bañarme en sus aguas, junto a decenas de peces “Grabo” con el sonido de cientos de pájaros tropicales, rodeados de vegetación y salpicado por agua que caía desde lo alto del cenote junto con una serie de lianas que colgaban desde lo alto del cenote fue una experiencia exótica a la par que divertida.
En nuestra siguiente parada, el cenote Xkeken, nos encontraríamos con un panorama completamente distinto al que vimos en Ik-Kil.
Xkeken, también llamado Dzitnup, quiere decir en maya “cerdo” y es que según cuenta la leyenda, este cenote se descubrió después de que los mayas de un poblado cercano al cenote, vieran siempre a un cerdo regresar envuelto en barro, día tras día, incluso en épocas de sequía. Después de tiempo observándolo estos decidieron seguirle logrando encontrar el cenote, una enorme caverna subterránea presidida por una laguna de agua dulce y enormes estalactitas.
La entrada es resbaladiza, oscura y hay que tener cuidado con la cabeza ya que el Xkekenazo que pegué contra las rocas del techo fue para verlo, asi que, ojito, despacito y buena letra que el sitio lo merece.
Este cenote es semiabierto, en la parte superior hay un pequeño orificio por el que entran la luz y pájaros. pero dado que la luz que entra es poca, en el interior han colocado unas luces para evitar tropezones y que a la vez sirven de decoración dándole tono rosado a las formaciones de la cueva espectacular.
La ruta de los cenotes continuó su camino hacia el cenote Multum-ha, a tan solo 10 minutos de las ruinas de Cobá y que viene a significar precisamente eso, “ruinas”, ya que este cenote “cerrado” posee un enorme estanque subterráneo en cuyo fondo podréis ver multitud de piedras que pareciesen los restos de una edificación maya.
Lo que más me llamó la atención fue el contraste de color entre el agua, que parecía que estuviese teñida de azul, y la roca.
¿Genial por ahora no? Mis expectativas acerca de los cenotes estaban siendo cumplidas al 100% pero nuestro periplo por estas mágicas cuevas aún nos guardaría el secreto de Dos Ojos.
Su nombre se debe a la cercanía de 2 cenotes abiertos que comunican con un entramado de galerías subacuáticas y que desde el aire parecen 2 ojos. Este cenote está considerado como uno de los más bellos y largos del mundo con una longitud descubierta de 61 kilómetros de galerías subterráneas que aún están siendo exploradas.
Podría decirse que nuestra entrada al cenote fue todo un acto de valentía. Después de que se nos explicara el entramado de galerías y de que nos explicaran algunas consideraciones a tener en cuenta dentro de este, nos cambiamos y en bañador y con tan solo una toallita atravesamos 200 metros de selva inundada de mosquitos como águilas que no te dejaban ni 3 segundos de respiración para posarse sobre ti como si para ellos fueras un refrescante mojito en medio del desierto.
Dándonos toallazos el uno al otro y dando saltos como si en un rito masai nos encontráramos conseguimos salir de la selva con apenas 4 picaduras y rápidamente nos dirigimos a la entrada del cenote donde iniciamos nuestro recorrido a través de galerías inundadas del cenote Dos Ojos.
Casi a oscuras, haciendo snorkel y linterna en mano, iniciamos nuestra incursión al interior de Dos Ojos, cruzando galerías en las que desde el fondo te observaban estalagmitas y desde el techo, a menos de 30 centímetros de tu cabeza, cientos de estactitas.
El agua se mantiene a unos 25º durante casi todo el año y es excepcionalmente clara debido a que en su mayoría es agua dulce que se filtra a través de la roca caliza durante todo el año.
Aún así, en más de una ocasión atravesamos zonas de haloclinas, zonas en las que el agua del mar se mezcla con la dulce y produce unos efectos visuales muy divertidos en los que tu vista de repente se emborrona y lo ves todo turbio.
Impresionantes juegos de luces y sombras, acompañadas cientos de pececillos y mágicos reflejos azules bajo el agua, en los que, solo tu respiración y el “clin clin” de las gotitas del techo, serían nuestros compañeros.
Maravillas subterráneas guardianas de secretos mayas. Ríos subterráneos, cargados de magia, que aguardan tu visita, a la espera de alojarse en tu memoria a modo de regalo, que jamás olvidarás.
Me gustó mucho la entrada, estuve por Yucatán pero visité los cenotes de Cuzamá, quedan cerca a Mérida, pienso que no son tan impresionantes como estos, aunque debo decir que aunque es toda una espectacularidad en cuanto a maravillas de la naturaleza, no me hacía mucha ilusión nadar en la oscuridad jeje
Saludos.
Genial las vistas y las visitas…..pero…..si tuvieras que elegir uno de ellos entre todos cual sería y porque?
Sin duda me quedaba con el Cenote Dos Ojos 🙂