Cantabria de arriba a abajo

De nuevo con Minube, por Cantabria, donde la descubriríamos tal como titula este post, de arriba a abajo. Desde el aire hasta el mar, el Cantábrico, la bahía de Santander y las praderas de picos de Europa y los tesoros que bajo ella, en sus cuevas, alberga.

Empezaríamos desde Santander, una ciudad que siempre estuvo en boca de mi madre, su bahía y cómo no, el palacio de la Magdalena, donde estuvo alojada con una beca que le concedieron en la universidad.

Buena es la anécdota que en ese palacio le ocurrió. Tal vez por eso yo nunca olvidara ese palacio, al menos desde chico, en la que según me contó, estando ella sentada en una de las cafeterías, un misterioso señor, que un principio parecía querer flirtear con mi madre, le preguntó el signo del zodiaco (apuntaros esa si salís de noche). Ante el desencaje facial de mi madre, esta, respondió Capricornio, a lo que este señor respondió que lo imaginaba dada la energía que parecía venir de ella y que este había percibido desde el otro lado de la cafetería.

Hasta aquí poesía barata y como digo, intento de flirteo sino fuera porque este señor era el presidente de la sociedad nacional de parapsicología. En ese momento, mi madre, fue invitada a una sesión de espiritismo que se realizaría en el mismo palacio, a la que finalmente asistiría como espectadora. Participar le daba yuyu y menos mal que no lo hizo. Ahora veréis.

Según cuenta mi madre, en mitad de la sesión, contactaron con un supuesto familiar de uno de los allí reunidos, momento en el que los allí presentes vieron como la mesa de mármol en la que estaban sentados, se levantaba dando giros sobre si misma para luego caer sobre el palmo que se había levantado. Después de esto, los menos creyentes de estas cosas fueron a buscarle los 5 pies al gato y al intentar levantar la mesa, ni entre varios, pudieron levantar siquiera la quinta parte de lo que ellos mismos vieron levitar en la sesión. Mucho yuyu.

De esto hace muchos, muchos años, pero aún así, quizás por eso según llegué a Santander, lo primero que busqué con la mirada fue el palacio de la Magdalena para poner imagen a esa historia que mi madre tantas veces nos contó y tanto yuyu contagió.

La bahía más bonita del mundo

El viaje comenzaba con la nariz aún llena del olor a fogata de la noche de San Juan. Ese fin de semana había estado de camping por las playas de Mazagón (Huelva) y con apenas 4 horas de sueño, emprendí rumbo Santander (la otra punta de España). Ya desde el avión y después de una minisiesta, abrí los ojos y encontré esta estampa.

Guau! Me dije a mi mismo en mi minisilla Ryanair. Todavía no había tomado tierra y ya estaba flipando con las vistas de la zona que iba a visitar durante 5 días.

Una vez en el aeropuerto, aún me quedaría tiempo de reflexión y siesta. Eran las 9 y pico y hasta las 14h, momento en el que me recogerían en coche, aún quedaban unas 5 horitas, de modo que hice tiempo con Morfeo y hasta me dio tiempo a encontrar una cartera extraviada, devolverla a la policía nacional y poco después tomarme un medio desayuno gratis en la cafetería del aeropuerto. Si, habéis leído bien, “medio desayuno” y si, “gratis”.  Pedí Colacao, zumo de naranja y tostada de jamón, y como no tenían jamón ni misteriosamente me podían sustituir la tostada, me regalaron un zumo en favor de la tostada no consumida y tan solo pagué el Colacao. Olé.

Después del momento “Tom Hanks en La Terminal” , por fin me reuní con el resto de amigos de minube, Txema León y Joan Planas y poco después tras recogerle en la estación, Victor con el que junto a Carolina, de Turismo de Cantabria, cargaríamos primero pilas en el barrio pesquero de Santander para poco después iniciar un recorrido en velero por la bahía de Santander, considerada una de las bahías más bonitas del mundo.

Era mi primera vez a bordo de un velero de este tipo.

Un gustazo las vistas de la bahía de Santander desde el mar, los acantilados que fuimos dejando a un lado, la brisa del mar…

Y no tan menos bueno el mareo que a mitad de camino me pillé. Según nos comentó nuestro patrón, hasta a los marineros más curtidos en la mar, cuando la fatiguilla les quiere tocar… les toca. Y ese día me tocó a mi.

Poquito a poco los sudores fríos me empezaron a recorrer la frente y me puse tan blanco que si no fuera por la camiseta a penas se me distinguiría del propio velero.

¿Solución? Rápida e inmediata. Un chapuzón en las “fresquitas” aguas del cantábrico en un lugar chulísimo de aguas transparentes frente a las playas de Langre.

Tirarme al agua fue lo mejor para el mareo sin duda alguna. Fue saltar al agua e ir desapareciendo mágicamente todos los males.

El sol poco a poco comenzó a bajar, sin darnos cuenta la hora de cenar también y como el mar tiene ese “no se qué” que hace que te entre un hambre alucinante, fuimos a poner punto y seguido al primer día de mar por Cantabría en un asador extraordinario frente al puerto deportivo de Pedreña donde me puse púo de sardinas asadas a la barbacoa.

Y qué mejor que terminar el día, ya sin mareo de ningún tipo, de nuevo en velero, mirando hacia Santander, desde el mar, con el sol cayendo poco a poco y las luces de su palacio y resto de casitas, empezando a iluminar. Una pasada.

Primera experiencia en velero, primera vez que me mareo en barco y para ser la primera vez que veía la bahía de Santander… la verdad es que inmejorable.

Emocionante “espeleopaseo” with rapel include

Al día siguiente despertaríamos con planes bien distintos. Conocer Cantabria, desde dentro. Si habéis leído bien y como primera parada, la cueva Coventosa, considerada por algunos espeleólogos como el Mont Blanc de la espeleología.

Esta cueva posee una red de caminos de más 800 metros de desnivel, 30 kilómetros de caminos repartidos en 4 pisos superpuestos en galerías y un pozo principal en el que mejor ni te acerques dada su profundidad, con nada más y nada menos que 2 kilómetros y medio de hondo siendo este el más profundo de Europa.

Pues bien, en este escenario, el menda lerenda realizaría un espeleopaseo. “¿Espeleo qué?”, eso mismo me pregunté yo hasta que vi como venían hacia mi con un arnés, mosquetones y un casco con una linterna. En ese momento más o menos entendí en el lugar en el que nos íbamos a meter y el tipo de aventurillas que una vez dentro de la cueva nos esperarían.

Desde el lugar en el que aparcamos hasta el inicio de la cueva caminamos durante aproximadamente 20 minutos junto al Valle del Asón, su rio y pequeños bosquecillos espectaculares.

Tras subir un repechín de piedras, nos topamos con la antesala a la entrada de la cueva y un espectáculo de rayos de luces, vegetación y piedra que a mi personalmente me dejaron fascinado.

El suelo empezaba a resbalar y pronto la humedad se disparó convirtiéndose en miles de gotitas en suspensión como si de agua pulverizada se tratase. Chaquetón en mano y linterna encendida comenzamos a internarnos en la cueva y según entramos por la puerta, pronto entendimos el por qué del nombre “Coventosa”.

Un viento alucinante, debido a los cambios térmicos del interior y exterior de la cueva, nos azotó como si en El Corte Inglés entráramos.

Estalactitas, enormes formaciones calcáreas, …

lagos subterráneos, …

…y un sinfín de formaciones que nos acompañaron por toda la cueva hasta la famosa sala de los fantasmas

… y estrechos pasillos de apenas un metro de altura que de no ser por el caso habría traído más de un chichón.

Cavidades que más que una cueva recordaban a una catedral.

Y un emocionante rápel de 15 metros por una empinada pared resbaladiza y llena de formaciones que fue el plato fuerte del espeleopaseo por la cueva Coventosa.

Por él pasamos un par de veces. Una primera vez a la ida, para bajarlo, donde obviamente lo hicimos rapelando poco a poco, y una segunda, a la vuelta, ya saliendo de la cueva, por el que subimos encordados por una estrecha escalerita, hecha a base de peldaños de madera separados por cuerdas y que a mi en un principio, me acongojaron de buena manera.

Un estrella Michelín pasado por barro

A la salida de la cueva, la luz del día a la vez de achinarnos los ojillos dejó más que patente los 10 kilos de barro que entre zapatillas, chándal y vaqueros llevábamos encima y con los que iríamos nada más y nada menos que a un estrella Michelín, pero antes, haríamos parada en un par de miradores muy chulos.

Este primero, con vistas al collado Ason y su rio, y el mirador de la Gándara, con una plataforma muy chula a la que Joan, nuestro cámara, me llevó con los ojos cerrados por evidente motivo.

Con las retinas recargadas y los estomagos vacíos, ahora si, pusimos rumbo al que sería mi primera visita a un estrella Michelín.

Después de tantos años peregrinando por tugurios con el suelo llenos de servilletas usadas, tener que apartar los platos del cliente anterior al llegar una mesa y esperar colas y colas en McDonals o Burgerking… uno imagina su primera vez en un lugar así de otra forma, bien vestido, aseado y preparado para la ocasión. Pero la realidad fue bien distinta y a mi personalmente me encantó. Llamadme cafre.

Con barro hasta las rodillas y con peinados “barro style” entramos como si nada al restaurante. Según llegamos los clientes que allí comían ya nos miraron con cara de “estos sólo vienen aquí a preguntar si pueden utilizar los servicios”. Reacción lógica y normal. Difícilmente olvidaré la cara de la encargada del restaurante la Solana al ver entrar a 4 jovenzuelos llenos de barro y cargados de cámaras de fotos como japoneses.

El restaurante genial, con un chulísimo ventanal al valle, pijaditas de diseño que hacen que te sientas en un restaurante del taco, con comida de toda la vida pero con un toque original que convierten lo que sería una comida normal en lo que denominan “gastroexperiencia”.

Por ejemplo, ¿qué veis en la tercera de las imagenes de la galería de arriba? Pues aunque no lo parezca es un huevo frito con jamón y patatas. Todo envuelto y que al abrirlo se descubre por completo y, está, como dice mi amiga Mariangeles, “que te cagas”.

Bisontes de 40.000 años y chorritos deluxe

Después de un buen llenado de gaznate, abandonamos el restaurante la Solana para seguir nuestra ruta por la Cantabria subterránea en la cueva del Castillo y sus pinturas rupestres.

He de reconocer que con algunas de las pinturas había que echarle un poquito de imaginación al asunto.

La escena en la que nos explicaban las figuras que veíamos nos recordó a el típico dibujo abstracto que a veces utilizan los psiquiatras con el que posteriormente se interroga al paciente: – ¿qué ve usted? – ehhh… veo… un caballo, ah! No, no, veo un bisonte.

Pero otros dibujos si eran más evidentes.

Aquí por ejemplo si os fijais se ve perfectamente el bisonte a la izquierda

Y en este caso, las manos, que fueron las pinturas que más me llamaron la atención.

La cueva del castillo tiene pinturas rupestres de por lo menos 40.800 años de antigüedad, lo que las sitúa como las más antiguas del mundo.

Con semejantes tesoros y legados históricos, no sería de extrañar que un buen día la cierren al público al igual que se hizo con Altamira con tal de proteger las pinturas.

Tanto ajetreo entre cuevas… merecía un buen descanso, y así de bien se portaron con nosotros en el que sería nuestro alojamiento esa noche. El hotel balneario de Puente Viesgo, donde se han alojado personalidades de la talla de políticos como Jaime Mayor Oreja, la selección española de fútbol varias veces, personajes super importantes como ex concursantes de Gran Hermano y ahora, nosotros.

Habitaciones de relax

Y un SPA de Champions league

Todo tipo de chorritos, cascaditas, saunas, duchas de contraste… lo típico, en un enclave chulísimo donde podrás relajarte incluso en el exterior, en plena naturaleza.

¿Y qué me decis de esto? Una sala de “flotación” en la que como si en el mar muerto estuvieras, con musiquilla chillout, puedes tumbarte, literalmente, sobre una almohada flotante y dejar que las horas pasen.

Donde pudimos comprobar, que al margen de un buen balneario, este tipo de balnearios se consagran como picaderos deluxe para muchas parejitas que deciden hacer niños entre tanto burbujeo. Marranos.

Y para rematar el día, si no teníamos bastante con el estrella Michelín del medio día, una cena ligerita en el restaurante del hotel, que os aseguro difícilmente olvidaré. Qué bueno estaba todo Dios mio.

Ventresca con pimientos asados de cristal, ensalada de bogavante, besugo asado con verdurillas, solomillo al foie con salsa de trufas y un suflé de chocolate y helado de fruta de la pasión. Como dicen por mi tierra: “pa cagarse”.

A lomos de Torrente por Campoo

A la mañana siguiente empezaríamos el día moviéndonos a caballo por la zona de Campoo, y en mi caso, a lomos de Torrente, el que sería mi caballo y por el que trotaríamos por la llamada Edesa de la Lomba.

Tras un breve recordatorio de cómo llevar a un caballo y evitar cualquier follón en manos inexpertas, pronto pusimos en marcha a nuestros caballos y mi Torrente por una zona por la que con suerte podemos ver osos y si no, paisajes tan espectaculares como estos…

Es una chulada pasear por un lugar como aquel desde la perspectiva del caballo, a metro y pico de altura y dejando que él te lleve por ese valle.

Torrente se portó muy bien.

Donde esté una olla ferroviaria que se quite Telepizza

Tras la monta de caballo conocimos y degustamos lo que allí denominan ollas ferroviarias.

¿Y qué son? Pues son unas ollas grandes, con carbón, donde generalmente se come carne con patatas y que en plan Telepizza, las pides por telefono y te las llevan donde tu digas.

Y nosotros más chulos que un ocho, la comimos donde veis.

¿No todos los días se almuerza un guiso de carne en el andén de una estación de tren, no?

Del Santuario de los bichos a las tumbas antropomorfas

Después de hacer la digestión caminando un poco a lo suicida por las vías del tren y de ponerme puo de cerezas, fuimos al Santuario de Montesclaros. Que en un principio pareció ser una cosa.

Pero que resultó ser una de las mejores exposiciones de insectos, reptiles y pequeños roedores que he visto.

Lo mejor de todo es que todos fueron capturados por un fraile en sus muchos viajes de misión por medio mundo.

Me resulta increíble que sin apenas medios pudiera capturar semejantes bichos.

Desde el santuario de los bichos, nos adentramos en plena naturaleza para descubrir una serie de cuevas…

y tumbas antropomorfas

Momento “yuyu, modo on” con el que quise acabar haciendo lo propio gracias a la foto del amigo Machbel. Llamadme loco, si, lo admito, tengo momentos de embolias transitorias.

Un baño bajo un puente a 60ºC y a picos de Europa!

El día poco a poco se iba escapando y camino de nuestro siguiente punto, el refugio de en Picos de Europa, haríamos una pequeña parada en unos baños termales, 100% naturales, bajo un puente del rio Devas.

Al llegar allí pensé que era coña eso de meternos en el rio dado que el agua del rio es hielo líquido. Pues bien, justo debajo del puente, habían apañado una pequeña presa que recogía unas filtraciones de agua caliente que del fondo del rio salían de modo que allí, para aquel que quiera, puede darse un baño de aguas termales de 60º en plena naturaleza y rodeado de agua gélida. ¿Guay no?

Con un reset en el cuerpo, ahora si emprendimos rumbo hacia el refugio de Aliva, en pleno corazón de Picos de Europa donde nos esperarían paz, silencio absoluto, cobertura y una TV la selección y  el partido de cuartos de final de la Eurocopa. ¡Yeah!

Para llegar al refugio de Aliva teníamos 3 opciones:

a) Andando 12 kilometros desde el pueblo de Sotres

b) En el famoso teleférico de Fuente De

c) En 4×4 del propio refugio atravesando el parque nacional desde el pueblecito de Espinama.

La opción c) fue la nuestra.

Y salvo para Joan, creo que la más acertada.

El paisaje que atravesamos camino del refugio, al atardecer, una pasada.

Una vez allí, la noche y las estrellas se apoderaron de nosotros y tan pronto como canta un gallo salí disparado de la habitación para “ver como pude” el partido de la selección. Ahora entenderéis por qué…

Al llegar, pregunté donde echaban el partido a lo que me respondieron que en el comedor. Al llegar, me encontré con un enorme salón, con la típica barra de bar, sus mesitas y una televisión que apenas llegaría a 21 pulgadas, en una esquinita y frente a la que estaban congregados la gran mayoría de huéspedes del refugio. ¿Dónde está el problema? En principio ninguno! Ya me podía dar con un canto en los dientes que hasta allí llegaba la señal de TV, cuando ni siquiera teníamos cobertura en el móvil, pero… y si os digo que la mesa en la que cenaríamos estaba en la otra punta del comedor y esa pequeña TV de 21 pulgadas era como ver a los jugadores como diminutos pixeles saltando de un lado a otro sin saber si quiera dónde estaba el balón? Jajaja.

4 minutos de reflexión y solución al poder.

Batería suficiente en la cámara como para meter zoom al máximo a esa diminuta TV y ver el partido al completo desde el display de mi cámara.

Cuando todo parecía resuelto, en mitad de la tanda de penalties, mis compañeros de mesa, a los que les daba igual el fútbol, me avisan de que en cualquier momento de la tanda de penalties habrá un corte general en la electricidad del refugio que se produce todos los días dada que la energía de las instalaciones se produce mediante generador. ¡Noooooo!

Por suerte pude acabar de ver el partido sin que la luz se llegara a cortar pero si quería tener las baterías de las cámaras a punto, después de habérmelas cepillado viendo el partido desde el display de la cámara, debía darme muuuucha prisa.

La habitación, bastante acojedora siguiendo al milímetro el “albergue style”.  Decorada en madera, ventanita tipo Heidi y una linternita de leds muy cachonda que me ayudaría a ver después del corte de electricidad que finalmente se produjo a eso de la 1 y pico de la mañana.

Un despertar de cine

A la mañana siguiente, me desperezo como nunca, me levanto de la cama, me lavo la cara, corro las cortinas, abro la ventana y ¡cataplum…!

Esa ventanilla que describí antes como “tipo Heidi” hizo que me trasladara a la escena en la que la pequeña se asoma por el ventanuco de la casita del abuelo topándose a través de esta con las montañas y el frescor de la mañana.

Fue una gozada, tras el desayuno, pasear por los alrededores del refugio bajo el sonido de los cencerros de las ovejas que por allí pastaban ante tal espectáculo de la naturaleza.

La palabra que mejor define un lugar como aquel, allí arriba perdido en mitad de la nada, sin cobertura de nada (bueno, casi nada, la Eurocopa si llegó) es DESCONEXIÓN. Si quieres un buen retiro donde tirarte a meditar, creo que este puede ser uno de ellos. No te quepa duda.

Aquí os dejo, poco más de 3 minutos de resumen de lo que para nosotros fue Cantabria por mar, por aire, bajo tierra y sobre ella, sus montañas y senderos que nos dejaron alucinados. Cantabria, de arriba a abajo.