Buscando cocodrilos en Ria Lagartos regresamos blancos

Al norte de la península de Yucatán, junto al golfo de México, se extienden 60000 hectáreas de manglares y humedales reserva de la biosfera, en los que habitan multitud de especies animales tales como lagartos, una buena pandilla de cocodrilos que campan a sus anchas por la zona, más de 280 especies de aves acuáticas, como el pelicano o el flamenco que utilizan la zona como santuario para su coyunda, anidación, etc… y por si esto fuera poco:  jaguares, panteras, armadillos, mapaches, monos araña o venados que también habitan la zona debida a la poca influencia humana.

Nuestro periplo mexicano poco a poco a llegaba a su fin y motivados por lo que Juan Carlos Hedding nos contaba sobre los manglares de Rio Lagartos, decidimos meternos en la aventura de atravesar sus aguas en una lancha con el objetivo de ver al cocodrilo y a los cientos de flamencos rosados del caribe despegar con sus enormes y coloridas alas.

Poco más de 2 horas nos separaron desde Playa del Carmen hasta la región de Rio Lagartos. Una vez allí, con la espalda achicharrada, al más puro estilo cangrejo moro a causa del snorkel de 2 horas del día anterior (importante camisetas acuáticas), hicimos la primera parada en un bar de pescadores llamado Contoy situado junto al propio muelle del pueblo de Rio Lagartos y donde nos recogería “Chino Mosca”, un contacto de Juan Carlos que nos introduciría y pondría en situación del lugar al que íbamos a entrar.

En compañía de Víctor, Juan Carlos y un guía local, que nos iría explicando cada una de las especies que encontráramos, iniciamos en una barca el camino a toda velocidad adentrándonos poco a poco en un entorno de espectaculares y fantasmales manglares ante la atenta mirada de cocodrilos y aves tropicales que poco a poco nos rodearían.

Los manglares son zonas de vegetación compuestas por árboles muy resistentes a la sal y se suelen encontrar en zonas de desembocadura como la que atravesamos.

La zona por la que avanzábamos se asemejaba a un pasillo serpenteante rodeado de vegetación.

A medida que buscábamos al cocodrilo irrumpíamos en territorio de pelicanos, garzas espátulas, águilas pescadoras y las Ibis, aves sagradas por los egipcios y consideradas la encarnación del dios Thot.

Navegar por esas aguas de apenas 2 metros y medio de profundidad, con el único sonido del romper el agua en la barca y el crujir de ramas secas, sabiendo, que multitud de cocodrilos merodeaban la zona, os aseguro que, a más de uno le habría provocado cierto acongoje. Yo por si acaso, las manitas dentro de la barca no vaya a ser que confundieran las mías con un pinchito ibérico.

Poco a poco llegamos al final de la zona de manglares para desembocar en una enorme marisma donde nos topamos con cientos de flamencos.

Nunca les había visto en su hábitat, en libertad y menos aún flamencos alzando el vuelo a pocos metros de distancia.

Sus picos tienen esa forma debido a la adaptación al medio. Con ellos pueden separar el barro del alimento, principalmente algas y crustáceos que comen mediante filtración y que les dan ese color.

Un flamenco bien alimentado y sano debe tener un color rosa intenso, brillante.

Según cuenta la leyenda, en la Patagonia argentina, el flamenco llegó tarde a la cita con el Dios de los Tehuelches, Elal, debido a que sintió miedo de un gigante. El flamenco, asustado, huyó y este Dios no consiguió comunicarse con él de modo que tomó al cisne por su sucesor. Pasado un tiempo, el flamenco regresó y este, al verse relegado, se sintió tan apenado que el Dios Elal, compadecido de su pena, hizo que las blancas plumas que hasta entonces lucía adquiriesen el color del atardecer.

Aún así, este, continuó apenado y vive oculto y refugiado en lejanas y perdidas lagunas como las de Rio Lagartos.

Tras el vuelo de los flamencos, giramos con la barca hacia un pequeño muelle, dejamos los bártulos y nos dirigimos, descalzos a través de suelos blancos y quebrados, hacia una enorme salina que bien podría tomar el nombre de “El mar muerto mexicano.

Es tal la cantidad de sal que en ella hay que podías sentarte sin problemas sobre el agua.

Estas salinas representan una de las principales fuentes de negocio de la zona debido a la extracción de sal que se practica desde hace años y que tan solo locos como nosotros le damos un uso ciertamente distinto al de sazonar alimentos. 5 minutos en ella y automáticamente coges complejo de corcho.

Aún mojados y con mi espalda, quemada del día anterior, algo mejor gracias a la sal de la salina, nos invitan a hacer un poco el ganso, imitando un supuesto rito maya al Dios del sol junto con unos barros blancos y algas por pelo que junto a nuestro particular sentido del no ridículo representamos como veis como si fuéramos guerreros de Apocalipto. Un espectáculo con el que nos reímos un montón.

Estos barros tienen una concentración de azufre muy alta, también tienen sal y su tacto es suave, muy suave y tanto a mi como a Diana nos dejó la piel muy muy suave pero el pelo como un auténtico estropajo.

Según dice el rito, debíamos volver en la barca vestidos según manda el ritual, con nuestras pelucas de algas para después enjuagarnos en un cenote de agua dulce junto al puerto.

Después de un buen remojón y de quitarnos como buenamente pudimos toda la arcilla blanca y de quitarme alguna que otra alga que quedo enganchada en mi cogote, nos dirigiríamos hacia una de las playas más espectaculares y maravillosas que he visto nunca.

¿Quieres vernos en Playa Kuka?