Benirrás y la aventura del Atlantis

Nos tocaba la tercera noche en Ibiza y después de la primera, que la pasamos durmiendo en el coche (gracias a dios que era una Berlingo de 7 plazas, llega a ser el Ford Ka que en principio contratamos y vengo con tortícolis hasta en el codo) y otra segunda, en unos apartamentos en el norte de la isla, el turno le tocaba ahora a una bungalow un tanto especial que habíamos reservado en el Camping Cala Nova y que precisamente no nos dejaría indiferentes.

Cuando uno oye hablar de bungalow se imagina la típica casita de madera, con puerta de madera, ventanitas de madera, etc… Bueno, pues cambiemos la palabra madera, por tela gruesa de plástico e imaginémosla soportada por una estructura de hierro sobre una plataforma de madera y obtendréis como resultado el tercero de nuestros alojamientos baratos en Ibiza para la que sería la última noche que pasáramos en la isla.

15 leuros por persona por un bungalow de tela, con cocina, porche y suelos de madera. Después de dormir en él puedo decir que este tipo de bungalow, al margen de la cocina y las camas, son como una supertienda de campaña de lujo.

El ruido y la luz son los mismos y en cuanto a seguridad… hombre, te dan un candado para que cierres «la puerta» pero esta no deja de ser un trozo de tela con forma de puerta y cremallera.

El camping no estaba mal, fue toda una experiencia caminar por él dado el ambiente tan bohemio, hippie y auténtico que en cualquier camping de Ibiza puedes encontrar. Había mega caravanas cargaditas de rastafaris, furgonetas pintadas a brocha, equipajes desparramados por las parcelas, gente durmiendo al raso… en fin, que voy a contar de Ibiza que no se sepa ya. Sin ir más lejos, nuestra vecina, que dormía a 1 metro nuestro, era una pitonisa hippie que se ganaba la vida vendiendo artesanías, haciendo trenzas y adivinando el futuro.

A falta de 2  horas para la puesta de Sol y después del reconocimiento del camping, ver la «bungalow de campaña» y darnos un duchazo (que ya tocaba), salimos rápidamente hacía la playa de Benirrás, lugar donde seríamos testigos de uno de los lugares más bonitos e ibicencos para ver la puesta de Sol y escenario de inspiración para Dj’s de todo el mundo para las famosas Sunset Sessions de la isla.

Mirando al reloj todo apuntaba que veríamos la puesta de Sol sin problemas pero justo a 4 kilómetros de la playa, nos topamos con una inmensa cola de coches que nos hizo presagiar lo peor. Dos policías tenían cortado el acceso a la cala debido a la inmensa aglomeración de personas que ya había en la cala pendientes de la puesta de Sol. Como alternativa nos daban el darnos la vuelta o continuar andando durante 4 kilómetros por el margen de la carretera y asumiendo que el regreso lo haríamos de noche por esa misma calzada.

Muchos decidieron darse la vuelta, pero afortunadamente, conseguí convencer a mis pobres compañeros de ruta y rápidamente nos pusimos a andar durante 40 minutos a contrarreloj del sol por una carretera rodeada de pinares. En ese momento no nos dábamos cuenta pero el hecho de ir a Benirrás cambiaría por completo nuestros planes en la isla.

En esta playa se reúnen cada domingo cientos de personas que al ritmo de tambores y timbales llenan la playa de bailes muy rítmicos que poco a poco dicen adiós al sol.

El ritmo no cesa ni un segundo con los bailes en Benirrás.

La noche se apoderó de la playa y el temido momento del regreso a oscuras por la carretera de la  ida llegó. Llamé a Miguel Ángel para ir subiendo a por el coche y en ese momento vimos a la pitonisa que dormía junto a nuestra bungalow y fue entonces cuando los planetas parecieron por un instante alinearse ya que pensamos que tal vez ella pudiera subirnos los 4 Km. hasta el coche. Nos acercamos y junto a ella había 2 chicas de Barcelona que casualmente también eran del camping y con las que estuvimos un rato charlando sobre lo que habíamos y no habíamos visto en la isla y nos nombraron un lugar, que según contaban no aparece ni en las guías sobre Ibiza y cuyos acantilados y aguas eran de los mejores de la Ibiza. Intrigados y con ganas de conocer les propusimos acompañarles y sin saber lo que nos esperaría al día siguiente en el Atlantis, quedamos a primera hora de la mañana.

Después de un rato de charla, retomamos el tema «subida en la oscuridad» para que finalmente, nuestro gozo, cayera nuevamente en un pozo ya que la pitonisa no tenía con quien subir, estaba en la misma situación que nosotros y las 2 chicas de Barcelona, vecinas del Camping Cala Nova, subirían más tarde con otras personas ya que tampoco tenían coche, por lo que nuevamente, no nos quedaría otra alternativa que subir «a patitas», de modo que sin más, nos despedimos de nuestras 2 nuevas amigas y acto seguido decidimos subir junto con la pitonisa «Diana» hasta los coches.

Esta mujer, de unos 50 años, resulto ser superinteresante. Había vivido en la India durante varios años, era inglesa, seguía el Carpe-diem al pie de la letra y entre sus planes estaba el viajar hacia Dubai junto con un amigo que la esperaba allí. La subida fue entretenida ya que estuve hablando con ella gran parte del camino mientras hacíamos haciendo autostop. Afortunadamente solo pasaron 10 minutos desde que iniciamos hasta que un alma caritativa recogiese a Miguel Ángel y este fuera a por el coche.

A la mañana siguiente, algo cansados después de una ajetreada noche por Ibiza, nos reunimos con nuestros nuevos amigos Catalanes y empezamos a preparar la búsqueda de las misteriosas playas del Atlantis. Tan solo tenían un mapa con una marca que les había hecho un amigo con la zona aproximada por la que supuestamente estaba el Atlantis.

Con tal de concretar un poco, opte por preguntar a la recepcionista del camping y esta había oído hablar de la zona pero tampoco tenía claro el como llegar, de modo que, la única opción que nos quedaría sería ir a ciegas y probar suerte con algún lugareño.

Y así fue, en 2 coches iniciamos la ruta y cuando estábamos en la zona que teníamos marcada en el mapa optamos por preguntar a la primera persona que viéramos y fue justo en ese momento cuando vimos al otro lado de la carretera y sobre una calzada de arena a un señor que parecía esperar a alguien. Al grito de «gira y para que vamos a preguntar a ese hombre!», Miguel Angel giró el volante y nos desviamos hacia el carreterín de piedra sobre el que estaba ese señor.

Subiendo hacia el atlantis

Sorprendido quedo el hombre ante tal maniobra y más aún nos quedamos nosotros cuando al preguntarle sobre el «Atlantis» este nos contestó que creía que estábamos por el camino correcto. De modo increíble ese carreterín nos conduciría hasta el Atlantis. «Casualidades de la vida y fortunas del destino punto com», me dijo a mi mismo.

Avanzamos 200 metros con el coche por aquel camino sin asfaltar y aparcamos en el margen izquierdo de la carretera para posteriormente iniciar andando la ruta hasta un mirador natural hacia espectaculares vistas del llamado «Atlantis».


La bajada fue dura y escarpada.

Por ella atravesamos pequeños campamentos hippies y una gran duna de arena que bajamos a toda velocidad.

Una vez atravesada la duna nos topamos con una cantera abandonada que fue utilizada para construir las murallas del castillo de Eivissa y que el tiempo, la erosión y la mano de los hippies de la isla las han convertido en un lugar muy especial con figuras talladas sobre estas piedras.


Y rocas con formas geométricas que como hemos dicho son el resultado de haber extraido los bloques de piedra para el castillo de la ciudad


Después del trekking y con un calor insoportable, decidimos descender por unas rocas y hacer algo de snorkel en una de las calitas del «Atlantis».

Para mi fue uno de los mejores snorkel de la isla. Agua azul, temperatura ideal, cristalina, muchísimos peces y un entorno virgen. Qué más se puede pedir.

Tras casi 1 hora y media en remojo decidimos echarnos la mochila nuevamente a la espalda ya que el hecho de mirar al cielo y ver el sol que cada vez apretaba más nos hizo apresurarnos ante la subidita que aún nos esperaba a través de la duna y los 200.000 pedruscos que aún nos tocarían subir con menos de 1 litro de agua.

Nuestros amigos de Barcelona, compañeros muy simpáticos de ruta, decidieron quedarse un rato más ya que preferían esperar a una hora mejor y evitar la solana que en ese momento caía.

La subida fue infernal, la duna se hizo imposible. El sol y la humedad eran insoportables y aquella subida parecía no tener fin. Los goterones de sudor caían por decenas y a cada paso que dabas por la arena retrocedías 2 debido a la inclinación. Se hizo frustrante pero finalmente lo logramos y una vez pasada esta, reposamos un ratito a la sombra de un arbolillo y en compañia del simpático y omnipresente emblema de Baleares.

Tan largo fue el reposo, que de pronto Carlos, uno de nuestros amigos catalanes, apareció, nos contó que habían decidido subir y se unió a la escalada del Atlantis. Si nosotros ya casi ni teníamos agua, ellos directamente no llevaban y para más inri, una vez arriba, no tendrían a nadie que les trajera de nuevo al camping ya que habían llegado en un taxi privado al que habían pagado para desplazamientos por Ibiza.

Con mucho esfuerzo y sudor, finalmente logramos llegar arriba, exhaustos, secos pero por lo menos con una sonrisa en la cara cuando nos vimos todos allí arriba después de semejante palizón.

Después de tan brutal subida, no podíamos dejarles allí, tirados y haciendo autostop, de modo que los 4 más nuestros 5 amigos catalanes, es decir, 9 personas, nos metimos en la Berlingo. Increíble, pero cierto.


Cruzando los dedos, enlatados como sardinas, con 2 personitas en el maletero y más apretados que los tornillos de un submarino, fuimos poquito a poco cuidando la amortiguación de nuestra ya maltrecha Berlingo y rezando por no tener ningún problemilla a bordo. Pues bien, sin haber visto ni un solo guardia civil ni policía local en todo transcurso del viaje en Ibiza, exceptuando al policía del corte de la carretera de Benirrás, tuvo que ser en esa circunstancia, tan surrealista, en un caminillo sin asfaltar, en medio de la nada y en el que se supone que iba a ser un trayecto de pocos kilómetros con los 9 a bordo hasta el primer pueblo, tuvo que ser allí,  donde un coche de la policía local de Ibiza se cruzase con nosotros.

Fue graciosísimos a la vez de «acongojante» el vernos a todos agachar la cabeza y dejar a Miguel Ángel como «único» ocupante de la Berlingo. Afortunadamente no pasó nada y pudimos celebrar nuestra huida del Atlantis brindando con agua como si fuera el mejor champagne del mundo!

Nunca olvidaremos la aventura del Atlantis!