Jurassic Antequera

Cuando hace 200 millones de años los dinosaurios caminaban sobre el planeta, toda la zona situada sobre el torcal de Antequera, se situaba bajo el mar, pero el empuje de la placa africana contra la ibérica, logro que el terreno se elevara y todo esto, junto con la acción de la lluvia, el viento y el hielo, lograron dar forma a un entorno jurásico, completamente natural, en pleno siglo XXI y al que solo le faltan los tiranosaurus danzando a sus anchas por él.

El día empezó como siempre tarde, esperando a unos y otros pero con mucho sol y una temperatura perfecta para pasar un día estupendo recorriendo la ruta del torcal Alto de Antequera.

A nuestra llegada nos encontramos con el centro de visitantes del torcal y la verdad es que nos sorprendió bastante ver lo bien montado que lo tienen puesto que te informan perfectamente de la formación de aquel lugar con una pequeña exposición y una serie de stands con informadores.

Una vez listos, preparados y dispuestos a empezar con la ruta, Miguel Ángel lanza la pregunta del millón: ¿Dónde vamos a comer? A menos que las piedras vendieran bocadillos a nuestro querido amigo, lo único que le podría quedar parecido a un bocadillo sería el pasto que toman las cabras montesas que por allí pastan, por lo que, ante una pregunta de ese calibre, baraje el lanzarle por alguno de los desfiladeros rocosos que nos rodeaban, dejar que muriera de hambre o darle parte de mi bocadillo. Solo a él puede ocurrírsele no traer comida a una ruta por el campo. Por suerte y de manera completamente inesperada, junto al centro de visitantes habían instalado unas tiendas de souvenirs y una cafetería que le salvó del ayuno y me libró de tener que cederle parte de mi comida o de arrojarle por algún precipicio.

Ahora si, definitivamente listos, informados y a eso de las 13 horas del medio día (una mijita tarde), nos dirigimos al primer punto de interés de la zona: El mirador de «Las Ventanillas», que situado a 1378metros, nos ofreció hermosas vistas de la costa malagueña, espectaculares vuelos de enormes buitres y allá a lo lejos un saludo del Veleta que, nevado, llegaba a parecerse al mismísimo Kilimanjaro.

Para todo aquel que desee caminar por el torcal alto, puede hacerlo bien durante 40 minutos por la llamada ruta verde o bien por la ruta larga, de 2 horas, llamada ruta amarilla y que fue la que hicimos nosotros. Ambas rutas son circulares, no tienen perdida, están bastante bien indicadas y empiezan y terminan en el centro de visitantes junto al parking.

El recorrido empezó muy bien, con caminos que serpenteaban formaciones rocosas realmente espectaculares y que invitaban al juego de los parecidos debido a sus extrañas formas.

Pasear por el torcal es bastante divertido. Los caminos están repletos de piedras que has de saltear constantemente y a medida que avanzas se convierte en túneles de bosques galería y en estrechos pasillos de roca de apenas un metro de ancho con decenas de metros de alto.

Si no teníamos bastante con Miguel Ángel como cabra montesa por compañía, ya no solo por los sonidos onomatopéyicos que lanzaba al aire cada 2×3 sino por la velocidad a la hora de avanzar entre tanta piedra dando muestra de encontrarse totalmente en su hábitat, a lo largo de camino, tuvimos por compañeras a un grupillo de cabras montesas que a medida que avanzábamos vigilaban nuestros pasos y que se dejaron fotografiar en varias ocasiones.

Otro atractivo del torcal, al margen de tan espectacular paisaje, fauna y vegetación, son sus cuevas. Centenares de cavidades en la roca riegan todo el terreno del torcal invitando al senderista a curiosear, eso si, con cuidado, sus espectaculares cavidades. En el centro de visitantes nos dijeron que debíamos tener cuidado de no entrar en ellas puesto que hay pozas de varios metros de profundidad, pero aún así, no pudimos evitar el meternos en una de ellas puesto que no aparentaba peligro alguno exceptuando a una enorme piedra encajada en las paredes de de la entrada a esta que gritaba mírame y no me toques que te aplasto.

La mañana nos regaló un momento desafortunado a la hora del almuerzo. Tuvo que ser en el mejor momento, el del almuerzo, comiendo nuestros bocatitas mas agusto que un arbusto, al sol, en lo alto de una piedra cárstica cuando una amiguita voladora con culete punzante le pegó un picotazo en el brazo a Diana y que, gracias a los chalecos que llevaba, logró librarse del veneno ya que el aguijón de la abeja quedó enganchado en estos sin llegar a penetrar en su bracillo.

El día poco a poco se iba apagando y en una paradita que efectuamos Miguel Ángel y yo para hacer un poco el ganso y hacer una tomas con la cámara, Miguel Ángel decidió realizar una magistral dedicatoria a una persona muy especial para él y que dejó mella en mis oídos y en los 15 o 20 senderistas que en grupo atravesaban el torcal en ese momento.

Con tanta historia nos despistamos del grupo de cabeza y entre una cosa y la otra nos tiramos por otro sendero que no era el de regreso, de modo que nos encajamos en un punto en el que nuestra única forma de llegar de nuevo al camino era saltando de piedra en  piedra dejando socavones de varios metros de profundidad repletos de zarzas y trepando y deslizándonos por cornisas de piedra.

Finalmente y tras un buen rato subiendo y bajando como cabras, logramos reunirnos con el resto para disfrutar de los últimos rayitos de sol en un paraje singular que parecía sacado de la época jurasica y que fue acompañado por el dulce canto de los gnomos que esconde Mariangeles en su barriguita.