Barranquismo tropical

Oir hablar de barranquismo es sinonimo de diversión pero si a esto añadimos un toque tropical mientras hacemos el cabra… mejor que mejor. Os preguntareis, ¿de que habla este loco? Tranquilos, todo tiene su explicación.

En esta ocasión, arracamos desde La Herradura (Granada), donde pasaríamos 2 días, durmiendo el Nuevo Camping la Herradura y donde la idea era hacer algo de snorkel por las playas de la costa tropical y salir el domingo temprano a primera hora, hacia nuestro objetivo, el Rio Verde.

Como idea inicial no pintaba mal la cosa pero el fuerte oleaje de la mar se empeñó en que nuestros planes se alteraran ligeramente de modo que decidimos cambiar las gafas de bucear por las botas de montaña y estirar un poco las piernas por un agradable y liso sendero sin salida que bien podría haberse hecho en chanclas y a la pata coja.

Como aperitivo a lo que nos esperaba al día siguiente no estuvo para nada mal y por otro lado, las vistas de la Herradura merecieron mucho la pena.

Después del trekking “rocoso”, regresamos al camping para comer unas sardinas y carne a la plancha. Tengo que decir que el Nuevo Camping Herradura me sorprendió un montón. La parcela en la que estuvimos es de las más originales en las que he estado nunca. No os exagero. Decidme en cuántos camping habéis estado con un frigorífico de metro y medio junto a la tienda, un chirimoyo (con chirimoyas), una platanera (con plátanos), una enredadera que hacia de techo natural sobre las tiendas y más de una ranita por compañera dando brincos por la zona.

Una vez comidos y servidos, seguimos nuestro camino a través de las muchas calas que hacia la derecha de La herradura, en dirección Nerja (Málaga), se extienden consecutivas unas tras otras formando la famosa costa Tropical.

Con el coche fuimos parando de cala en cala y acabamos por decidirnos por la playa de las Alberquillas, una playa bastante larga, perteneciente a la provincia de Málaga, estilo hippielongo, alguno que otro en pelotas, bastante surfero con las tablas, mezcla de arena y piedras, y bonitos acantilados que conectan a su vez con otra playa a través de los restos de una torre derruida llamada “Torre del Río de la Miel” y que como digo da paso a la Playa Molino de Papel.

Aquí tenéis la torre derruida, aún conservaba las bóvedas. A lo largo de la costa hay numerosas torres, unas aún permanecen en pie y otras como está, aguantan el paso del tiempo como pueden a la vez que crean bellos paisajes como este.

En la playa puede decirse que estuvimos más bien poco. Si no habíamos tenido suficiente con las piedras del medio día y con lo que nos esperaba al día siguiente, emprendimos camino a la aventura sin saber muy bien hacia dónde y tal como dijo mi cuñao, lo que empezó siendo una subidita a una cuevecita que estaría a la altura de un primero, acabó convirtiéndose en una medio escalada a través de arbustos llenos de espinos hasta un picacho de 150 metros de altura.

La subida fue dura pero como siempre, el premio está arriba.

Fantásticos acantilados nos esperaban de derecha a izquierda mientras el sol caía.

Impresionantes vistas de la costa tropical y abajo, en chiquitito, la Playa de las alberquillas y Molino de papel.

La bajada tuvo más guasa. Allí arriba me sentí como un gato cuando sube a un árbol y luego no quiere bajar. Madre mía lo empinado que estaba el camino. Una pasada.

Pero bueno, después de 2 horas desde que salimos de la playa de las alberquillas, conseguimos regresar sanos y salvos, Lydia con medio pantalón menos, Juanan con una extraña picadura y el resto con gañafones y púas por todos sitios.

Aquella noche caímos rendidos en la tienda de campaña. Nos acostamos y con 6 horas de sueño por delante, nos acostamos con la mente ya en los barrancos del rio verde.

A la mañana siguiente, que de mañana tenía poco ya que era completamente de noche, y tras una noche un tanto movidita entre gatos que se chocaban contra las paredes de nuestra tienda y los ronquidos de un vecino locomotora que teníamos a escasos metros (la vida de camping es lo que tiene) nos pusimos a desmontar las tiendas y recoger los petates para salir hacia Otivar (Granada) donde habíamos quedado con los organizadores.

Como un reloj logramos salir a la hora prevista, 7 a.m. y después de un largo camino serpenteante por la sierra llegamos a Otivar sobre las 7.45 a.m. Allí nos esperaban y nos llevaron a una especie de garaje almacén donde guardaban los neoprenos, cascos y arneses. El caso y el arnés me quedaba bien pero el neopreno… puede decirse que fue lo más parecido a llevar un babi. Os recomiendo que os lo pongáis allí mismo y comprobéis que os queda ceñido al cuerpo ya que el agua está bastante fresquita y si no os aprieta el pecho es como no llevar neopreno que es lo que a mi y a mi cuñao nos pasó.

Cada uno con su equipo y detrás del 4×4 de los organizadores fuimos por la carretera hasta un desvío hasta una finca donde cogeríamos un peaje. Alucina. Al parecer, el único acceso a la zona se realiza a través de una finca privada que regenta un señor mayor y que cómo no, vio negocio y cobra 3€ por barba más 5€ si vas en coche. Después del momento peaje, el paseito hasta el inicio de la ruta fue de casi 1 hora. Curvas, polvo, baches imposibles que habían provocado los muchos coches que pasan por ahí, más curvas y más baches, nos hicieron pasarlas canutas e ignorar por momentos el espectacular paisaje por el que estábamos pasando.

Una vez en el punto de partida la actividad siguió este orden:

  1. Aparcamos y nos pusimos los neoprenos
  2. Trekking hasta el inicio del recorrido a través de puentes colgantes sobre rios y miradores con montañas e impresionantes desniveles de más de 1000 metros.
  3. Bañito para aclimatar el cuerpo en una zona de cascadas cristalinas donde posteriormente nos explicaron como ponernos el equipo, arneses, cascos e indicaron las medidas de seguridad que debíamos tener en cuenta.
  4. Inicio del recorrido

Las primeras sensaciones fueron buenísimas. Era una chulada el andar con las botas de montaña por el agua. Enteramente parecía que estuvieras pisando uvas. Como comente antes, a cada salto que dabas el agua me entraba por el pecho formándoseme una barriguita cervecera de agua helada que me dejaba pequeñas hasta las entrañas.

El río Verde es el río más caudaloso de la costa del Sol occidental, pertenece a la provincia de Málaga y un recorrido de 35 kilómetros de largo compuesto por espectaculares saltos de agua, pequeños rápidos, toboganes naturales, pozas de varios metros de profundidad con aguas cristalinas y una mijita de rocas a lo largo de su recorrido. Según los entendidos, en Andalucía y podría decirse que en toda la mitad sur de España, es uno de los mejores lugares para hacer barranquismo debido a la calidad de sus aguas y espectacularidad del paisaje que lo rodea.

Personalmente me llamaron la atención zonas en las que el agua adquiría un tono “agua marina” bastante chulo que en contraste con las rocas y vegetación del entorno hacían una foto espectacular.

El objetivo en el descenso es seguir el cauce del rio a través de pequeñas cascaditas, corrientes de agua sin importancia y zonas donde tendrás que caminar con el agua al cuello, otras con el agua a los tobillos y otras directamente en las que para llegar al otro extremo deberás nadar.

A lo largo del recorrido encontrarás los famosos saltos que variar desde los 3, 7 y 12 metros de altura aproximadamente. Para ello deberás cruzar los brazos, juntar las piernas y a elección del consumidor abres o cierras los ojos ya que la caída normalmente impresiona.

Como anécdota resaltar el último de los saltos. El cabrito del monitor nos hizo saltar en parejas y de la mano por encima de unos arbustos que impedían que vieras lo que había detrás que era nada más y nada menos que un mega salto de 12 metros que te subía la barriga al más puro estilo caída libre. Una pasada y buena la huevada que pegué. Cuidadín.

Y para rematar, los rápel. En un esfuerzo de superación y trás una rajada previa que tuve en el primero de ellos, logre superar mi vertigo y descender los 2 rapel del descenso.

Un primer rapel vertical de más de 15 metros de altura con una enorme poza a sus pies.

Y un segundo rapel que me supuso el mejor de los momentos del descenso, ya que iniciabas la bajada entre 2 paredes de piedra y acababas suspendido en el aire con una cascada rompiendote en la cabeza.

Adrenalina, vertigo, deporte, bellos paisajes y lo más importante, contacto 100% con la naturaleza que te hace sentirla y vivirla de un modo distinto al que estamos acostumbrados detrás de un mirador.